Hacía mucho calor en el bosque. El sol brillaba tan fuerte que hasta las hojas de los árboles parecían suspirar. En medio de ese día caluroso, una pequeña hormiga caminaba por el suelo, buscando agua desesperadamente. Tenía mucha sed, y sabía que cerca había un arroyo donde podría beber.
Cuando llegó al borde del arroyo, vio el agua fresca y cristalina correr rápidamente entre las piedras. La hormiga estaba tan contenta que se acercó demasiado a la orilla. Sin darse cuenta, perdió el equilibrio y cayó al agua. ¡Splash! Las pequeñas patas de la hormiga intentaron nadar, pero la corriente era muy fuerte. La arrastraba de un lado a otro, sin dejarla salir.
—¡Ayuda! ¡Por favor, alguien me ayude! —gritó la hormiga con todas sus fuerzas, aunque su vocecita apenas se escuchaba entre el ruido del agua.
Mientras tanto, en una rama cercana, una paloma observaba lo que pasaba. Estaba descansando tranquilamente cuando notó a la pequeña hormiga luchando contra la corriente. La paloma no dudó ni un segundo. Sabía que tenía que actuar rápido.
Con su pico fuerte y hábil, la paloma desprendió una ramita pequeña del árbol donde estaba posada. Con cuidado, la dejó caer justo al lado de la hormiga que luchaba por mantenerse a flote.
—¡Agárrate a esto! —dijo la paloma con voz suave pero firme.
La hormiga, que ya estaba cansada y asustada, logró sujetarse a la ramita con todas sus fuerzas. La paloma voló hacia abajo, agarró la ramita con sus patas y la levantó en el aire junto con la hormiga encima. Con delicadeza, depositó a la hormiga en la orilla del arroyo, donde esta pudo descansar y recuperar el aliento.
—Gracias… gracias —dijo la hormiga, temblando todavía de miedo y cansancio—. Sin ti, me habría ahogado.
La paloma sonrió dulcemente y respondió:
—No hay de qué. Todos necesitamos ayuda alguna vez. Me alegra haber estado aquí para salvarte.
La hormiga miró a la paloma con admiración. Nunca olvidaría la bondad de su nueva amiga. Después de secarse al sol y recuperar energías, prometió que algún día le devolvería el favor.
Días después, mientras la hormiga caminaba por el bosque recolectando migajas de comida, escuchó un grito desde arriba. Miró hacia el cielo y vio algo sorprendente: ¡era la misma paloma que la había salvado!
La paloma estaba atrapada en una red que unos cazadores habían colocado entre los árboles. Aleteaba con todas sus fuerzas, pero no podía liberarse.
—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! —gritó la paloma, asustada.
La hormiga no lo pensó dos veces. Corrió hacia la red y comenzó a morder los hilos con sus pequeñas mandíbulas. Era un trabajo difícil, porque los hilos eran gruesos y resistentes, pero la hormiga no se dio por vencida. Mordisqueó y tiró con todas sus fuerzas hasta que, poco a poco, la red empezó a romperse.
Finalmente, después de mucho esfuerzo, la paloma quedó libre. Sacudió sus alas y miró a la hormiga con gratitud.
—¡Gracias, pequeña amiga! No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
La hormiga sonrió orgullosa.
—Tú me salvaste antes, ahora yo te he salvado a ti. Así funciona la amistad, ¿verdad?
La paloma asintió conmovida y dijo:
—Sí, así es. Somos diferentes, pero eso no importa. Lo importante es ayudarnos cuando más lo necesitamos.
Desde ese día, la hormiga y la paloma se convirtieron en grandes amigos. Siempre que podían, se visitaban en el bosque. La hormiga le contaba historias de sus aventuras en el suelo, y la paloma compartía todo lo que veía desde el cielo.
Aprendieron que, aunque eran muy distintas, juntas formaban un equipo perfecto. Y nunca olvidaron que incluso los actos más pequeños de bondad pueden marcar una gran diferencia en la vida de alguien.
Fin. 🐜🕊️