En un pequeño pueblo donde todos celebraban Halloween con mucha alegría, vivía una calabaza llamada Kiny. Era una calabaza grande y brillante, de color naranja intenso, y siempre había soñado con ser parte de la gran fiesta de disfraces del 31 de octubre.
Cuando llegó el día especial, los niños del pueblo eligieron a Kiny como la calabaza perfecta para tallar su típica cara espeluznante. Con mucho entusiasmo, cortaron ojos grandes y redondos, una nariz triangular y una boca llena de dientes puntiagudos. Cuando terminaron, colocaron una vela dentro de Kiny, y su rostro se iluminó con una luz cálida pero aterradora.
—¡Perfecto! —dijo uno de los niños—. ¡Ahora sí da miedo!
Kiny estaba emocionada al principio porque finalmente formaba parte de la celebración, pero pronto notó algo extraño. Cada vez que alguien pasaba frente a ella, gritaba o corría asustado. Los gatos maullaban y saltaban lejos, y hasta los perros ladraban nerviosos.
—No me gusta esto —se dijo Kiny en voz baja—. Yo no quiero asustar a nadie. Solo quiero ser parte de la diversión y hacer sonreír a la gente.
Esa noche, cuando todos estaban dormidos, Kiny pensó qué podía hacer para cambiar su apariencia. Pero no tenía brazos ni piernas para moverse, y tampoco sabía cómo modificar su cara tallada. Justo entonces, una pequeña luciérnaga llamada Luz apareció flotando cerca.
—¿Por qué estás tan triste, Kiny? —preguntó Lisa con su vocecita suave.
—Es que mi cara asusta a todos —respondió Kiny—. Quiero tener una sonrisa amigable y ojos felices, pero no sé cómo hacerlo.
Lisa revoloteó alrededor de la calabaza, pensativa, y luego exclamó:
—¡Tengo una idea! Puedo ayudarte usando mis primas luciérnagas. Juntas podemos crear nuevas formas de luz sobre tu cara.
Sin perder tiempo, Lisa llamó a sus amigas luciérnagas, que llegaron en grupo, parpadeando con entusiasmo. Una tras otra, las luciérnagas se posaron estratégicamente alrededor de la cara de Kiny, cubriendo las partes talladas con sus pequeñas luces intermitentes. Donde antes había ojos grandes y redondos, ahora brillaban dos óvalos inclinados hacia arriba, como si estuvieran sonriendo. La boca llena de dientes puntiagudos se transformó en una curva brillante que parecía una sonrisa enorme y amigable.
Cuando amaneció, los primeros niños que pasaron por el jardín se detuvieron sorprendidos.
—¡Miren! —gritó uno de ellos—. ¡La calabaza tiene una cara feliz ahora!
Todos comenzaron a reír y aplaudir. En lugar de asustar, Kiny ahora hacía que todos se sintieran contentos. Los vecinos empezaron a reunirse alrededor de ella para contar historias divertidas y compartir risas.
Desde ese día, Kiny se convirtió en la calabaza favorita del pueblo, incluso después de que terminó Halloween. Nadie quiso guardarla en el sótano ni usarla para sopa; en cambio, la colocaron en el centro del jardín comunitario, donde las luciérnagas seguían ayudándola a mantener su hermosa sonrisa todas las noches.
Y así, Kiny aprendió que lo más importante no es cómo te ven los demás, sino cómo puedes hacerlos sentir.
Fin. 🎃