Había una vez un pequeño topo llamado Leo. A Leo le encantaba cavar túneles en la tierra húmeda y fresca de su jardín. Con sus patas fuertes y su nariz sensible, podía excavar rápidamente y hacer caminos por todos lados. Pero había un problema: Leo siempre se perdía.
No importaba cuánto cavara o cuán rectos fueran sus túneles, al final terminaba dando vueltas y más vueltas sin encontrar la salida. A veces, cuando quería volver a casa, pasaban horas antes de que pudiera ver de nuevo la luz del sol. Aunque era divertido explorar, también estaba cansado de no saber cómo regresar.
Un día, mientras cavaba muy emocionado, escuchó una vocecita suave que venía de arriba.
—¡Hola, topo! ¿Qué haces ahí abajo? —preguntó alguien.
Leo levantó la cabeza y vio a una pequeña hormiga parada cerca de la entrada de uno de sus túneles.
—Hola… Estoy tratando de llegar a algún lugar, pero creo que me he perdido otra vez —respondió Leo con tristeza.
La hormiga sonrió y dijo:
—Yo soy Hema, y sé moverme muy bien bajo tierra. Si quieres, puedo ayudarte a no perderte más.
Leo asintió emocionado. Hema bajó al túnel y comenzó a enseñarle algunos trucos.
—Mira, cada vez que caves, deja marcas pequeñas para recordar por dónde has pasado. Puedes usar piedritas o hacer señales en las paredes del túnel con tu pata. Así sabrás siempre hacia dónde ir.
Leo pensó que era una gran idea y decidió intentarlo. Esa misma tarde, empezó a cavar un nuevo túnel, dejando pequeñas piedras brillantes como guías. También aprendió de Hema a escuchar los sonidos de la tierra: el agua goteando indicaba un lado, el canto de los grillos otro. Todo esto lo ayudaría a orientarse mejor.
Pero justo cuando creía que ya dominaba el arte de no perderse, algo inesperado ocurrió. Mientras seguía cavando, llegó a una cueva enorme llena de raíces gigantes y cristales relucientes. Era hermoso, pero ahora sí estaba completamente perdido.
Comenzó a preocuparse, pero entonces recordó los consejos de Hema. Siguió las piedras brillantes que había dejado atrás y prestó atención a los sonidos. Pronto encontró el camino de regreso. Cuando salió afuera, sintió la luz cálida del sol en su piel y dio un suspiro de alivio.
A partir de ese día, Leo nunca volvió a perderse. Había aprendido que pedir ayuda y usar señales puede resolver cualquier problema. Además, hizo una nueva amiga en Hema, quien siempre lo acompañaba en sus aventuras subterráneas.
Con el tiempo, Leo se convirtió en el explorador oficial del jardín. Todos los animales acudían a él cuando necesitaban encontrar algo enterrado o abrir un nuevo camino. Y aunque a veces los túneles eran complicados, Leo ya no tenía miedo porque sabía que siempre podría encontrar el camino de vuelta.
Fin. 🌱