En una laguna brillante y tranquila, rodeada de árboles verdes y flores silvestres, vivía un grupo de peces muy especiales. Eran pequeños, coloridos y siempre estaban nadando juntos. Pero estos peces no eran como los demás: eran traviesos y llenos de ideas para divertirse.
Un día, mientras nadaban cerca de la orilla, vieron llegar a un pescador con su caña y su cubo. Los peces se escondieron rápidamente detrás de unas piedras al fondo de la laguna.
—¡Oh, no! —dijo Burbuja, el pez más pequeño y curioso del grupo—. ¡Quiere atraparnos!
Pero Rayas, el pez más listo y con rayas amarillas en su cuerpo, sonrió y dijo:
—No te preocupes. Yo tengo una idea para que no nos pesque. Solo tenemos que ser más inteligentes y divertirnos un poco.
Así fue como los peces comenzaron a planear bromas para confundir a los pescadores. Cada vez que alguien llegaba con una caña, ellos trabajaban juntos para hacer travesuras.
La primera vez que un pescador lanzó su anzuelo, Burbuja y sus amigos ataron algas largas alrededor del sedal. Cuando el pescador intentó sacar su caña, todo lo que consiguió fue un montón de algas mojadas. El hombre miró sorprendido y murmuró:
—¡Qué extraño! Juraría que había algo en el anzuelo.
Otra vez, cuando otro pescador llegó, Rayas tuvo otra idea. Todos los peces se pusieron a nadar en círculos muy rápido justo debajo del anzuelo. Crearon pequeñas olas en la superficie que hacían que el flotador de la caña se moviera como si algo lo mordiera. El pescador emocionado tiraba del sedal, pero nunca encontraba nada al final.
—¡Esto es genial! —rió Burbuja, mientras todos los peces daban vueltas felices bajo el agua.
Una de las bromas favoritas era cuando Sombra, el pez negro que podía camuflarse perfectamente, nadaba despacio cerca del anzuelo y lo empujaba suavemente con la nariz. El pescador pensaba que había atrapado un pez enorme, pero cuando tiraba del sedal, descubría que no había nada.
Con el tiempo, los pescadores empezaron a hablar entre ellos sobre la laguna misteriosa donde nunca podían atrapar peces.
—Es como si los peces supieran lo que estamos haciendo —decía uno de ellos, rascándose la cabeza.
—Sí, creo que esta laguna está encantada —respondía otro, medio en broma.
Los peces escuchaban estas conversaciones desde abajo y se reían tanto que burbujas salían a la superficie. Sabían que sus bromas funcionaban y que estaban a salvo gracias a su ingenio y trabajo en equipo.
Un día, Burbuja le preguntó a Rayas:
—¿Crees que algún día los pescadores dejarán de venir?
Rayas respondió:
—Tal vez no, pero mientras sigamos ayudándonos unos a otros y usando nuestras ideas, siempre estaremos protegidos. Además, es mucho más divertido hacer bromas que tener miedo.
Y así fue. Los peces continuaron viviendo felices en la Laguna Azul, disfrutando de sus juegos y travesuras. Aprendieron que trabajar juntos y usar la creatividad podía resolver cualquier problema.
Fin. 🐠