En lo más profundo de una selva llena de árboles altísimos y ríos brillantes, vivía una jirafa llamada Lila. Era muy alta y siempre podía ver más allá de las copas de los árboles. Un día, mientras caminaba distraída buscando hojas frescas para comer, se alejó demasiado de su grupo. Cuando quiso regresar, ya no sabía por dónde había venido.
—¡Oh, no! —dijo Lila con tristeza—. ¡Estoy perdida!
Miró a su alrededor, pero todo parecía diferente. Los árboles eran más grandes, el río sonaba más fuerte y no veía a ninguna de sus amigas jirafas. Empezó a caminar despacio, esperando encontrar algún rastro familiar.
Mientras tanto, en un pequeño pueblo cercano, vivían dos hermanos: Maya y Leo. Eran curiosos y siempre exploraban los alrededores del bosque. Esa mañana, decidieron adentrarse un poco más en la selva para buscar frutas silvestres.
De repente, escucharon un ruido extraño entre los arbustos. Se acercaron con cuidado y vieron algo increíble: ¡una jirafa mirando hacia todos lados como si estuviera buscando algo!
—Hola —dijo Maya acercándose despacio—. ¿Estás perdida?
Lila bajó su larga cabeza y respondió:
—Sí… No encuentro a mi grupo. Estaba comiendo hojas y cuando quise volver, ya no sabía dónde estaba.
Leo sonrió y dijo:
—No te preocupes, nosotros te ayudaremos. Conocemos bien esta selva.
Justo en ese momento, aparecieron tres cebras que pastaban cerca. Al ver a Lila, se acercaron trotando.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó una de las cebras.
—Esta jirafa está perdida —explicó Maya—. ¿Ustedes han visto a otras jirafas por aquí?
Las cebras pensaron un momento y luego dijeron:
—Creemos haber visto un grupo de jirafas bebiendo agua en el gran río hace unas horas. Podemos llevarlos hasta allá.
Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a caminar juntos. Las cebras iban adelante abriendo camino, mientras Maya, Leo y Lila los seguían. Durante el trayecto, Lila contó historias sobre cómo ella podía ver cosas desde muy lejos gracias a su largo cuello, y los niños reían emocionados.
Después de un rato, llegaron al gran río. A lo lejos, se podían ver varias jirafas comiendo hojas de unos árboles altos. Lila dio un brinco de alegría.
—¡Son ellas! ¡Es mi grupo! —exclamó.
Corrió tan rápido como pudo, moviendo su largo cuello de un lado a otro. Cuando llegó, todas las jirafas la saludaron con cariño.
—¡Lila! ¡Pensábamos que te habías ido para siempre! —dijeron.
Desde la distancia, Maya, Leo y las cebras observaban contentos.
—¡Gracias por ayudarme! —gritó Lila antes de despedirse.
Maya y Leo regresaron al pueblo felices, sabiendo que habían hecho una buena acción. Y aunque nunca olvidaron a Lila, siempre supieron que la selva estaba llena de amigos dispuestos a ayudar cuando alguien lo necesitara.
Fin. 🦒