Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, que siempre llevaba una capa roja brillante que su abuela le había tejido. Un día, su mamá le pidió un favor especial:
—Caperucita, por favor, lleva esta canasta con frutas y galletas a la casa de la abuela. Está esperando tu visita, pero ten cuidado en el bosque y no te alejes del camino.
Caperucita asintió emocionada y partió hacia la casa de su abuela, cantando mientras caminaba entre los árboles altos y las flores coloridas. El bosque estaba lleno de vida: ardillas saltaban de rama en rama, pájaros cantaban melodías suaves y mariposas revoloteaban a su alrededor.
De repente, escuchó una voz profunda detrás de ella.
—¡Hola, pequeña! ¿Qué llevas en esa canasta tan bonita?
Caperucita giró y vio a un lobo amigable sentado en el camino. No parecía peligroso, solo curioso.
—Hola, señor Lobo. Llevo estas frutas y galletas para mi abuela. Vive más allá del bosque, junto al arroyo.
El lobo sonrió y dijo:
—Qué lindo gesto. ¿Sabes qué? Yo también quiero saludar a tu abuela. ¿Por qué no hacemos una carrera hasta su casa? Así llegaremos antes y podremos sorprenderla juntos.
A Caperucita le pareció divertido.
—¡Está bien! Pero yo voy a seguir el camino largo porque quiero disfrutar del paisaje.
El lobo asintió y desapareció entre los árboles, mientras Caperucita continuó su camino tranquilamente. Se detuvo varias veces para observar las flores, hablar con los animales y hasta ayudar a una tortuga que intentaba cruzar el sendero.
Cuando llegó a la casa de su abuela, encontró la puerta abierta. Adentro, escuchó una voz ronca que decía:
—Pasa, querida, pasa.
Caperucita entró y vio a su “abuela” sentada en la cama, cubierta con una manta. Pero algo no cuadraba. Su abuela tenía orejas puntiagudas, ojos grandes y dientes muy blancos.
—Abuelita, ¿por qué tienes orejas tan grandes? —preguntó Caperucita, confundida.
El lobo, disfrazado de abuela, trató de mantener el juego.
—Para escucharte mejor, mi niña.
—¿Y por qué tienes ojos tan grandes?
—Para verte mejor, querida.
—¿Y esos dientes tan afilados?
El lobo se rio y respondió:
—¡Para comer galletas contigo!
En ese momento, el lobo se quitó el sombrero y ambos estallaron en risas. Resulta que el lobo no era malo, solo muy travieso y le encantaba jugar bromas. Le explicó a Caperucita que había llegado antes para hacerse pasar por su abuela y darle una sorpresa.
Justo entonces, la verdadera abuela salió de la cocina con una bandeja de té.
—¡Aquí están mis dos visitantes favoritos! —dijo con una sonrisa.
Juntos compartieron las galletas y las frutas, riendo y contando historias. El lobo incluso prometió dejar sus travesuras para otro día. Desde entonces, Caperucita, su abuela y el lobo se hicieron buenos amigos, y todos vivieron felices compartiendo tardes llenas de risas y aventuras.
Fin. 🌲