El Barco de los Sueños Flotantes

El Barco de los Sueños Flotantes ⛵

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles altos, había un lago que todos conocían como el Lago Espejo. Sus aguas eran tan claras que reflejaban el cielo como si fuera un espejo gigante. Pero lo más curioso del lago era algo que pocos sabían: en él flotaba un barco invisible, un barco que solo podían ver aquellos que aún creían en los sueños.

Angelina era una niña de diez años que solía soñar despierta todo el tiempo. Soñaba con ser exploradora, con volar entre las estrellas o con encontrar tesoros escondidos. Pero últimamente, algo había cambiado. Las burlas de otros niños en la escuela y las tareas aburridas habían hecho que dejara de imaginar cosas. Ya no pensaba en aventuras ni en deseos imposibles. Para Angelina, soñar parecía algo inútil.

Una tarde, mientras caminaba junto al lago para despejar su mente, algo extraño ocurrió. El agua comenzó a brillar con destellos plateados, como si miles de luciérnagas bailaran bajo la superficie. De pronto, frente a ella, apareció la silueta de un barco. No era como cualquier barco que hubiera visto antes. Era grande, con velas que parecían hechas de nubes, y flotaba sin hacer ruido. Lo más sorprendente fue que, aunque podía verlo claramente, cuando miró hacia atrás, notó que nadie más en la orilla parecía notarlo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó una voz detrás de ella.

Angelina se giró rápidamente y vio a un niño de su edad, con cabello revuelto y una sonrisa traviesa. Llevaba una mochila llena de juguetes raros y un cuaderno lleno de dibujos.

—Yo… no sé. Vi este barco y… —balbuceó Angelina.

—Ah, entonces también puedes verlo —dijo el niño, como si fuera algo normal—. Soy Daniel. Sube, vamos, no hay tiempo que perder.

Antes de que pudiera preguntar algo más, Daniel ya estaba subiendo a bordo. Angelina lo siguió, sintiendo una mezcla de curiosidad y nervios. Cuando puso un pie en el barco, este tembló suavemente, como si estuviera vivo, y luego comenzó a moverse por sí solo, deslizándose sobre el agua sin remos ni motores.

Dentro del barco, Angelina descubrió que no estaban solos. Había otros niños, cada uno con su propia historia. Estaba Lucía, que quería ser pintora pero había dejado de dibujar porque sus padres decían que eso no le daría de comer. También estaba Martín, que soñaba con ser músico pero había guardado su guitarra después de que alguien le dijera que no tenía talento. Todos ellos tenían algo en común: habían perdido la fe en sus sueños.

El barco, que parecía saber exactamente adónde ir, navegó por el lago hasta llegar a una isla pequeña en medio del agua. Allí, en lugar de árboles y flores, había burbujas flotando por todas partes. Eran burbujas de colores brillantes, y dentro de cada una había un sueño diferente. Algunas mostraban castillos enormes, otras planetas desconocidos y otras personas felices haciendo lo que amaban.

—Estas son las burbujas de los sueños rotos —explicó Daniel—. Aquí vienen a parar los deseos que dejamos de creer.

Angelina miró las burbujas con asombro. En una de ellas vio una versión de sí misma explorando selvas y montañas. En otra, estaba pintando cuadros llenos de colores vibrantes. Cada burbuja parecía mostrar algo que alguna vez había deseado pero que había olvidado.

—¿Por qué están aquí? —preguntó Lucía, tocando una burbuja que flotaba cerca.

—Porque dejaron de creer en ellos —respondió una voz suave. Era una anciana que apareció de repente, sentada en una roca cubierta de musgo. Llevaba un vestido largo y brillante, como si estuviera hecho de estrellas.

—Soy la Guardiana de los Sueños —dijo la anciana—. Y ustedes han sido traídos aquí porque aún tienen algo importante que aprender.

Los niños se miraron confundidos.

—Los sueños no siempre se cumplen como esperamos —continuó la Guardiana—. A veces, las cosas no salen bien, o tardan mucho más de lo que imaginábamos. Pero eso no significa que no valgan la pena. Lo importante no es alcanzar el sueño, sino todo lo que aprendemos mientras intentamos llegar allá.

La Guardiana les pidió que eligieran una burbuja cada uno. Angelina tomó la burbuja donde se veía a sí misma explorando el mundo. Lucía eligió una en la que pintaba un cuadro enorme, y Martín escogió una donde tocaba su guitarra frente a una multitud emocionada.

Cuando tocaron las burbujas, estas explotaron suavemente, liberando pequeñas luces que flotaron hacia el cielo. De pronto, los niños sintieron algo cálido en sus corazones, como si una chispa que había estado apagada volviera a encenderse.

—Es hora de regresar —dijo la Guardiana, señalando el barco.

De vuelta en el lago, el barco comenzó a desvanecerse lentamente. Antes de que desapareciera por completo, la Guardiana les dijo:

—Recuerden, el acto de soñar es lo que da color a la vida. No importa si no todo sale como esperan. Lo importante es nunca dejar de intentarlo.

Cuando Angelina pisó la orilla del lago, el barco ya no estaba. Pero algo había cambiado dentro de ella. Sentía ganas de dibujar, de escribir historias, de imaginar nuevos mundos. Los otros niños también parecían diferentes. Lucía empezó a pintar de nuevo, y Martín sacó su guitarra del armario.

A partir de ese día, Angelina entendió que los sueños no son solo deseos que esperan cumplirse. Son como brújulas que nos guían, nos enseñan y nos ayudan a descubrir quiénes somos. Y aunque a veces las cosas no salgan como esperamos, el simple hecho de soñar hace que la vida sea más mágica.

Desde entonces, cada vez que Angelina miraba el lago, recordaba el Barco de los Sueños Flotantes y sonreía, sabiendo que, aunque invisible, siempre estaría ahí, listo para llevar a quienes creyeran en los sueños a nuevas aventuras.

Fin. ⛵

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