En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, vivía Tomás, un niño apasionado por los libros. Su habitación estaba llena de estanterías repletas de historias mágicas y aventuras emocionantes, pero lo que más le fascinaba era imaginar cómo sería poder crear sus propias historias y verlas cobrar vida.
Un día, mientras exploraba el ático de su casa, encontró un libro extraordinario. Era grande, con una cubierta de cuero oscuro y letras doradas que brillaban como si tuvieran luz propia. En la portada se leía: «El Libro que Escribía Realidades». Intrigado, Tomás lo abrió y descubrió que las páginas estaban en blanco, salvo por una nota en la primera hoja: «Todo lo que escribas aquí se hará realidad».
Al principio, Tomás pensó que era una broma, pero cuando escribió algo sencillo para probar —»Una mariposa azul aparece en mi mano»—, una mariposa brillante flotó desde la página y se posó en su palma. Emocionado, comenzó a experimentar con el libro, creando pasteles de chocolate, haciendo que su perro hablara y cumpliendo pequeños deseos divertidos. Sin embargo, pronto empezó a usar el libro para cosas más extravagantes. Durante un juego en el parque con sus amigos Ana y Leo, decidió impresionarlos escribiendo: «Un dragón de fuego aparece en el cielo». Aunque al principio todos se divirtieron viendo al dragón volar, este pronto comenzó a asustar a las personas, causando caos en el pueblo. Tomás intentó escribir algo para detenerlo, pero sus manos temblaban tanto que tardó varios minutos en calmarlo.
Esa noche, Tomás notó algo extraño en su hogar. El plato de comida de su madre se convirtió en una flor gigante, y el tenedor de su padre se transformó en un pez nadando en el aire. Recordó que había escrito sin pensar: «Todo cambia constantemente». Comprendió que el libro seguía cumpliendo sus deseos, incluso cuando estos eran accidentales o incompletos. Esto lo llenó de preocupación, y comenzó a darse cuenta de que el libro no era solo una fuente de diversión, sino también una gran responsabilidad.
A la mañana siguiente, Tomás decidió contarle todo a Ana y Leo. Ambos quedaron asombrados, pero también preocupados. «¿Qué pasa si escribimos algo mal?» preguntó Ana. «O si alguien más lo encuentra y lo usa para hacer cosas peligrosas», añadió Leo. Juntos decidieron investigar más sobre el libro y descubrieron que interpretaba no solo palabras, sino también intenciones y emociones. Por ejemplo, cuando Tomás escribió «Quiero que todos sean felices», algunas personas rieron sin razón, mientras otras se pusieron tristes porque no sabían qué las hacía felices. El libro no entendía los matices de la vida humana.
Ana sugirió que intentaran usar el libro para algo bueno y específico. Decidieron ayudar a su vecina, la señora Rosa, quien siempre parecía triste. Tomás escribió: «La señora Rosa recibe una carta de amor de su hijo que vive lejos». Al día siguiente, la señora Rosa salió de su casa sonriendo y abrazando una carta. Aunque el gesto fue dulce, Tomás sintió un peso en su corazón. ¿Y si el hijo de la señora Rosa no quería escribirle? ¿Y si estaban interfiriendo en algo que no les correspondía?
Mientras tanto, el libro comenzó a mostrar signos de inestabilidad. Las letras doradas de la portada se apagaron, y las páginas se volvieron más pesadas, como si estuvieran llenas de energía oscura. Una noche, Tomás tuvo un sueño perturbador donde vio un mundo caótico lleno de dragones, animales parlantes y personas cambiando de forma constantemente. Despertó sudando y comprendió que debía cerrar el libro antes de que causara un desastre irreversible.
Los tres amigos buscaron ayuda en la biblioteca del pueblo, donde el señor Ramírez, un anciano conocedor de secretos, les explicó que algunos libros mágicos tienen vida propia y que, si no se controlan, pueden consumir la energía de quienes los usan. «Para cerrar un libro así, necesitas devolverle todo lo que ha creado», dijo. «Debes equilibrar lo que has hecho».
Tomás, Ana y Leo regresaron a casa y comenzaron a trabajar juntos. Primero escribieron: «El dragón desaparece para siempre», y el cielo volvió a estar tranquilo. Luego hicieron que los animales dejaran de hablar y que los objetos volvieran a su estado normal. Cada cambio hacía que el libro se sintiera más ligero, pero también más exigente. Finalmente, llegó el momento de enfrentar la decisión más difícil. Para cerrar el libro por completo, Tomás debía renunciar a su poder de escribir realidades. Con lágrimas en los ojos, escribió: «El Libro que Escribía Realidades ya no existe». Al instante, el libro se desvaneció en una nube de luz dorada, dejando tras de sí una nota que decía: «Bien hecho. La responsabilidad es el mayor poder».
Después de cerrar el libro, los amigos sintieron una mezcla de tristeza y alivio. Habían aprendido que cada acción tiene consecuencias y que el poder debe usarse con cuidado. Aunque ya no tenían el libro mágico, decidieron seguir creando realidades hermosas de otra manera: con sus palabras, decisiones y bondad. Desde entonces, se dedicaron a escribir historias juntos en libretas normales, compartiendo sus ideas y sueños sin cambiar el mundo real, pero haciéndolo más brillante con su imaginación.
El legado del libro quedó en sus corazones como un recordatorio constante de la importancia de pensar antes de actuar y ser conscientes del impacto de nuestras decisiones en los demás. Aunque el libro había desaparecido, su magia vivía en las historias que seguían creando y en las lecciones que habían aprendido juntos.
Fin.