Había una vez una niña llamada Catalina que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Catalina era muy curiosa y le encantaba mirar el cielo, especialmente por las noches, cuando las estrellas brillaban como diamantes y la luna parecía sonreírle desde lo alto. A Catalina le gustaba tanto la luna que siempre le hablaba antes de dormir.
—Hola, lunita —decía mientras se asomaba por su ventana—. ¿Cómo estás hoy?
Aunque nunca escuchaba una respuesta, Catalina sentía que la luna la observaba con cariño, iluminando su habitación con su luz plateada.
Una noche, algo mágico ocurrió. Mientras Catalina miraba hacia el cielo, vio cómo la luna parpadeaba suavemente, como si quisiera llamar su atención. Entonces, una voz suave y dulce resonó en su oído.
—Hola, Catalina —dijo la luna—. Te he estado escuchando todas las noches. Siempre me cuentas cosas bonitas.
Catalina abrió los ojos sorprendida. ¡La luna podía hablar! No lo dudó ni un segundo y respondió emocionada:
—¡Lunita! ¡Eres tú! Pensé que nunca me responderías.
La luna rió suavemente, y su risa sonó como campanas de cristal.
—Claro que te respondo, Catalina. Solo necesitabas prestar más atención. Me gusta mucho cuando me cuentas tus días y tus sueños. Eres muy especial para mí.
Desde esa noche, Catalina y la luna se hicieron grandes amigas. Cada noche, justo después de cenar, Catalina corría a su ventana para hablar con su nueva amiga. Le contaba todo: cómo le había ido en la escuela, lo que había aprendido ese día y los juegos que había compartido con sus amigos.
La luna también compartía sus historias. Le hablaba de los lugares que veía desde el cielo: ríos que brillaban como plata, bosques llenos de sombras danzantes y ciudades donde las luces nunca se apagaban. Catalina escuchaba fascinada, imaginándose cada lugar como si estuviera allí.
Un día, Catalina estaba triste porque sus amigos no podían jugar con ella. Habían tenido que irse de viaje con sus familias, y se sentía sola.
—No te preocupes, Catalina —dijo la luna esa noche—. Yo estoy aquí contigo. Y tengo una idea para animarte. ¿Te gustaría conocer algunos secretos del cielo?
Catalina asintió emocionada. La luna comenzó a brillar más fuerte, y de repente, un rayo de luz plateada descendió hasta el jardín de Catalina. Era un camino brillante que parecía hecho de estrellas.
—Sígueme —invitó la luna.
Con el corazón latiendo rápido, Catalina salió al jardín y pisó el camino de luz. En un instante, sintió que flotaba suavemente hacia el cielo. Cuando abrió los ojos, estaba flotando junto a la luna, rodeada de estrellas que titilaban como luciérnagas.
—Bienvenida a mi mundo —dijo la luna con una sonrisa.
Juntas exploraron el cielo nocturno. Las estrellas se acercaron a saludar, y algunas incluso les contaron historias antiguas sobre cómo habían sido testigos de grandes eventos en la Tierra. Una estrella muy brillante le mostró a Catalina cómo guiaba a los marineros perdidos en el mar, y otra le enseñó cómo ayudaba a los niños a encontrar el camino a casa cuando se quedaban despiertos hasta tarde.
—Es increíble —dijo Catalina, maravillada—. Nunca pensé que el cielo fuera tan mágico.
La luna sonrió.
—El cielo es un lugar especial, pero lo que realmente lo hace mágico es compartirlo con alguien especial como tú.
Después de esa aventura, Catalina ya no se sintió sola. Sabía que, aunque sus amigos estuvieran lejos, siempre tendría a la luna para acompañarla. Además, aprendió que podía ver el mundo de una manera diferente, buscando magia en los lugares más simples.
Con el tiempo, Catalina empezó a compartir sus aventuras con sus amigos cuando regresaron. Les contaba sobre los secretos del cielo y cómo la luna la había llevado a conocer las estrellas. Sus amigos la escuchaban atentos, y pronto todos comenzaron a mirar el cielo con nuevos ojos.
Cada noche, cuando Catalina se despedía de la luna, esta le recordaba algo importante:
—Recuerda, Catalina, la amistad no necesita estar cerca para ser real. Siempre estaré aquí, iluminando tus noches y cuidando tus sueños.
Y así fue como Catalina y la luna continuaron siendo las mejores amigas. Juntas descubrieron que la verdadera magia está en creer, en soñar y en compartir lo que uno tiene de especial con los demás.
Desde entonces, cada vez que alguien en el pueblo miraba hacia el cielo, juraba ver una pequeña niña sonriendo junto a la luna, recordándoles que la amistad puede encontrarse en los lugares más inesperados.
Fin. 🌕