Hace mucho tiempo, en un rincón olvidado del mundo, había un bosque muy extraño. Todo allí era gris: los árboles, las flores, el suelo e incluso el cielo. Los animales vivían tranquilos, pero a veces sentían que algo faltaba. No sabían exactamente qué, pero el bosque parecía triste y apagado.
En ese lugar vivía Benito, un pequeño pajarito con plumas de un gris pálido igual que todo lo demás. Aunque no tenía colores, Benito era especial porque siempre cantaba. Su canto era dulce y alegre, como si quisiera llenar el bosque de algo que nadie podía ver todavía. A veces, mientras cantaba, soñaba con un bosque lleno de colores brillantes, donde las hojas fueran verdes, las flores rojas y amarillas, y el cielo azul. Pero cuando abría los ojos, todo seguía siendo gris.
Un día, mientras exploraba una parte del bosque que nunca había visitado, Benito encontró una pequeña flor marchita junto a un riachuelo. La flor parecía tan triste que decidió cantarle para animarla. Empezó con una melodía suave y luego añadió notas más altas y brillantes. Para su sorpresa, mientras cantaba, la flor comenzó a cambiar. Primero apareció un leve tono rosa en sus pétalos, después un amarillo brillante y finalmente un hermoso rojo intenso.
—¡Guau! —exclamó Benito, dando saltitos emocionado—. ¡Mi canto puede pintar!
Pero cuando volvió al claro donde vivían los otros animales y les contó lo que había descubierto, muchos se rieron.
—¿Cantar para pintar? —dijo una ardilla, moviendo la cola—. Eso es imposible. Nuestro bosque siempre ha sido gris, y así seguirá siendo.
—Además, ¿para qué queremos colores? —preguntó un zorro, bostezando—. Estamos bien así.
Benito no se desanimó. Sabía lo que había visto y quería intentarlo de nuevo. Así que, esa misma tarde, voló hacia un grupo de arbustos grises cerca del lago y comenzó a cantar. Al principio, los animales que pasaban por ahí lo miraron con curiosidad, pero pronto notaron algo asombroso: los arbustos empezaron a brillar con tonos verdes y dorados. Las hojas cobraron vida, y algunas incluso tenían destellos plateados bajo la luz.
—¡Es verdad! —gritó un conejo, dando brincos de alegría—. ¡Esto es increíble!
Pronto, todos los animales del bosque se reunieron alrededor de Benito, maravillados. Querían que pintara más cosas, así que guiaron al pajarito hacia los lugares más grises del bosque. Benito cantaba con todas sus fuerzas, y poco a poco, el bosque comenzó a transformarse. Las flores se llenaron de colores vibrantes, los árboles lucían hojas verdes y doradas, y hasta el agua del lago reflejaba tonos azules y plateados.
Sin embargo, había un problema: Benito no podía hacerlo todo solo. Su voz era poderosa, pero también se cansaba rápido. Entonces, los animales decidieron ayudarlo. La ardilla trepó a los árboles para señalar las ramas más grises, el zorro usó su agudo olfato para encontrar flores escondidas entre la maleza, y el conejo llevaba mensajes entre todos para organizar dónde debían ir.
Juntos, formaron un equipo increíble. Cada animal descubrió que podía aportar algo especial. Incluso aquellos que antes dudaban de Benito ahora entendían que todos eran importantes para hacer el bosque más hermoso.
Una noche, cuando ya casi todo el bosque estaba lleno de colores, Benito tuvo una idea. Cantó frente al cielo, y esta vez, sus notas flotaron hacia arriba, iluminando las nubes con tonos rosados y anaranjados. Era como si el atardecer hubiera llegado temprano, pero mucho más brillante. Los animales aplaudieron emocionados, y desde entonces, cada noche el cielo se pintaba de nuevos colores gracias al canto de Benito.
Con el tiempo, el bosque dejó de ser un lugar triste y gris. Se convirtió en un hogar lleno de vida, risas y alegría. Los animales aprendieron que no importa cuán pequeño o diferente sea alguien; todos pueden hacer algo especial para mejorar su entorno. Y aunque Benito era quien pintaba con su canto, sabía que no habría logrado tanto sin la ayuda de sus amigos.
Desde entonces, cada mañana, cuando el sol comenzaba a asomarse, los animales se reunían para escuchar a Benito cantar. Juntos celebraban cómo el bosque había cambiado gracias a la magia de trabajar en equipo y creer en los sueños. Porque, aunque antes fuera un lugar sin colores, ahora era el bosque más hermoso del mundo, lleno de vida y de corazones felices.
Y así, Benito y sus amigos vivieron siempre rodeados de colores, recordando que la verdadera belleza está en compartir y crear juntos.
Fin. 🌲