Hace mucho, mucho tiempo, en un valle lleno de flores coloridas y árboles altos, vivía un pequeño dinosaurio llamado Tito. Tito era un dinosaurio verde, del tamaño de un perrito grande, con ojos grandes y curiosos. Aunque era pequeño para ser un dinosaurio, tenía un corazón enorme y siempre estaba buscando nuevas aventuras.
Una mañana soleada, mientras exploraba el bosque, Tito olió algo dulce y delicioso. Siguió el aroma hasta llegar a un árbol muy alto. Allí, entre las ramas, había un panal de abejas lleno de miel dorada que brillaba bajo el sol.
—¡Qué rico huele! —dijo Tito, lamiéndose los labios—. Seguro que esa miel es la más deliciosa del mundo.
Pero cuando Tito intentó acercarse, las abejas comenzaron a zumbar alrededor del panal, como si estuvieran protegiéndolo.
—¡No quiero hacerles daño! —gritó Tito, dando un paso atrás—. Solo quiero un poquito de miel.
Las abejas no parecían creerle. Zumbaron más fuerte, y Tito decidió que lo mejor sería alejarse por ahora. Pero no podía dejar de pensar en lo deliciosa que se veía esa miel. Así que decidió buscar una solución para conseguir su tesoro sin molestar a las abejas.
Primero, pensó en trepar el árbol, pero sus patitas eran demasiado cortas, y el tronco estaba muy resbaloso. Luego, intentó usar una rama larga para alcanzar el panal, pero la rama era pesada, y el panal estaba demasiado alto.
Mientras pensaba qué hacer, Tito conoció a una pequeña ardilla llamada Nita. Nita era rápida y ágil, y siempre estaba saltando de rama en rama recolectando nueces.
—Hola, Tito —dijo Nita, viendo al dinosaurio mirar hacia el árbol—. ¿Qué estás haciendo?
—Quiero probar la miel de ese panal, pero las abejas no me dejan acercar —respondió Tito, triste.
Nita sonrió y dijo:
—Tal vez puedas hablar con las abejas. Si les explicas que no quieres hacerles daño, tal vez te ayuden.
A Tito le pareció una buena idea. Al día siguiente, llevó consigo una flor grande y colorida como regalo de paz. Se acercó lentamente al árbol y llamó a las abejas con una vocecita suave:
—Hola, amigas abejas. No quiero molestarlas ni quitarles toda su miel. Solo quería probar un poquito porque huele delicioso. Les traje esta flor como regalo.
Las abejas dejaron de zumbar tan fuerte y miraron la flor. Una de ellas, la más grande y brillante, voló hacia Tito y dijo:
—Nos gusta tu regalo, pequeño dinosaurio. Pero debes saber que la miel es muy especial para nosotras. Trabajamos mucho para hacerla.
Tito asintió con seriedad.
—Entiendo. Prometo no tomar mucha. Solo un poquito para probar.
Las abejas se reunieron para hablar entre ellas, y después de unos minutos, la abeja líder regresó.
—Está bien, Tito. Puedes probar un poco de miel, pero solo si prometes cuidar nuestro panal y ayudarnos a protegerlo cuando sea necesario.
Tito sonrió feliz.
—¡Lo prometo!
Con ayuda de Nita, que trepó al árbol y bajó un pequeño trozo de panal, Tito probó la miel. Era la cosa más deliciosa que había comido en su vida.
Desde entonces, Tito y las abejas se hicieron amigos. El pequeño dinosaurio aprendió mucho sobre cómo las abejas trabajaban juntas para hacer miel y cómo cuidaban su hogar. A cambio, Tito ayudaba a ahuyentar a otros animales que intentaban robar el panal.
Así, Tito descubrió que, con paciencia y amistad, podía conseguir lo que quería sin lastimar a nadie. Y cada vez que probaba un poquito de miel, recordaba lo importante que era compartir y cuidar lo que otros habían trabajado tanto para crear.
Fin. 🍯🦖