Una noche, cuando el pequeño Bruno salió a mirar el cielo desde su cabaña en el bosque, algo extraño llamó su atención. La luna, que siempre brillaba como una linterna gigante sobre las copas de los árboles, no estaba. Bruno frunció el ceño y se ajustó la gorra. Le encantaba ver la luna antes de dormir, pero esa noche el cielo parecía vacío.
Preocupado, decidió buscarla. Tomó su linterna y salió al bosque. Las hojas crujían bajo sus pies mientras caminaba despacio, iluminando cada rincón con su luz. El bosque estaba oscuro sin la luna, pero Bruno no tenía miedo. Era valiente y sabía que encontraría respuestas.
Mientras buscaba, vio una pequeña luz titilando cerca de unos arbustos. Se acercó y descubrió que era una luciérnaga triste. Sus luces parpadeaban lentamente, como si estuviera cansada.
—Hola —dijo Bruno —. ¿Por qué estás tan apagada?
La luciérnaga suspiró y respondió:
—Es que la luna está escondida detrás de una nube. Dice que se siente sola y no quiere salir.
Bruno abrió mucho los ojos.
—¡Oh, no! La luna nunca debe sentirse sola. ¡Tenemos que ayudarla!
La luciérnaga se iluminó un poco más.
—¿Tú crees que podemos hacer algo?
—¡Claro que sí! —respondió Bruno con determinación—. Si la luna está triste porque se siente sola, podemos organizar una fiesta para hacerle compañía. Así sabrá cuántos amigos la queremos ver brillar.
A la luciérnaga le gustó la idea, y juntos comenzaron a buscar ayuda por el bosque. Pronto encontraron a un conejo que saltaba entre los arbustos.
—¡Conejo! —llamó Bruno—. ¿Quieres ayudarnos a organizar una fiesta para la luna?
El conejo movió sus largas orejas y sonrió.
—¡Por supuesto! Yo puedo traer zanahorias para compartir.
Luego se toparon con una ardilla que estaba guardando bellotas en su madriguera.
—¡Ardilla! —dijo Bruno—. Necesitamos tu ayuda para la fiesta de la luna.
La ardilla dejó sus bellotas y preguntó emocionada:
—¿Qué puedo hacer?
—Puedes ayudarnos a colgar decoraciones en los árboles —respondió Bruno.
La ardilla aplaudió con sus patitas y corrió a buscar hojas brillantes y flores para adornar.
Más adelante, encontraron a un búho que estaba despierto en su rama.
—¡Búho! —gritó Bruno—. ¿Nos ayudas a organizar una fiesta para la luna?
El búho parpadeó y respondió con voz soñolienta:
—Claro que sí. Yo puedo cantar una canción bonita para la luna.
Todos estaban emocionados. Bruno, la luciérnaga, el conejo, la ardilla y el búho trabajaron juntos para preparar la fiesta. Colgaron guirnaldas de hojas y flores en los árboles, pusieron montones de zanahorias y bayas dulces en el suelo, y practicaron una canción especial para la luna.
Cuando todo estuvo listo, Bruno levantó la vista hacia el cielo.
—¡Luna! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Sabemos que estás ahí detrás de esa nube! No estás sola. Todos tus amigos estamos aquí contigo.
Al principio, no pasó nada. Pero poco a poco, la nube empezó a moverse. Primero se vio un pequeño brillo plateado, luego otro más grande. Finalmente, la luna apareció completa y radiante, iluminando todo el bosque.
—¡Sorpresa! —gritaron todos los animales al mismo tiempo.
La luna sonrió desde el cielo. Nunca había visto una fiesta tan bonita hecha solo para ella. Los animales bailaron, cantaron y rieron bajo su luz. La luna se sintió muy querida y comprendió que nunca estaba sola, porque cada noche había alguien en el mundo que la admiraba.
Desde entonces, la luna siempre brilla en el cielo, recordando aquella noche especial en el bosque. Y Bruno, junto a sus amigos, sigue organizando fiestas nocturnas para disfrutar de su luz.
Así fue como el pequeño Bruno y los animales del bosque le enseñaron a la luna que siempre hay alguien que la quiere ver brillar. Desde entonces, cada vez que miraban el cielo, recordaban la aventura y la magia de ayudarse unos a otros.
Fin. 🌙