En un pueblo pequeño donde los pájaros saludaban cada mañana con sus cantos y las flores bailaban con el viento, vivía Ciro, un niño de siete años que adoraba pasar horas junto al río. Le gustaba sentarse en la orilla, quitarse las sandalias y dejar que el agua fría le acariciara los pies. A veces, mientras jugaba, escuchaba algo extraño: el río parecía tararear canciones suaves, como glu-glu o burbujas, pero con un ritmo que solo él entendía.
Un día, mientras seguía el sonido del agua, Ciro notó algo brillante entre las piedras. Era un cofre pequeño, cubierto de musgo y con un candado en forma de caracol. Al tocarlo, el río susurró:
—¡Ábrelo, Ciro! Soy yo, el río, y quiero mostrarte secretos.
Con manos temblorosas, Ciro abrió el cofre. Adentro había mapas antiguos, pero no eran como los demás: estaban hechos de hojas secas y tenían dibujos de animales, montañas y caminos que brillaban bajo el sol. El río le explicó:
—Cada mapa te llevará a un tesoro, pero no busques oro. Busca lo que la naturaleza quiere enseñarte.
Ciro siguió el primer mapa, que lo guió por senderos llenos de flores azules. Al final del camino, encontró un árbol con frutos dorados. Pero cuando quiso tomar uno, el árbol dijo:
—¡Espera! Mi fruto no es para comer. Escúchalo.
Ciro acercó el fruto a su oreja y oyó el sonido de una tormenta lejana.
—Este fruto te advierte cuando llueve —explicó el río—. Ahora podrás avisar a los agricultores para que recojan sus cosechas.
El segundo mapa lo llevó a una cueva escondida. Adentro, había una piedra que brillaba como la luna. Al tocarla, sintió el latido de la tierra.
—Esta piedra siente los temblores —dijo el río—. Escúchala y sabrás cuándo la montaña necesita calma.
El último mapa señalaba un lago en el bosque. Allí, Ciro encontró una concha que guardaba el eco de las olas.
—Esta concha recuerda historias antiguas —susurró el río—. Cuéntalas a los demás para que nunca olviden quiénes son.
Ciro comprendió que el verdadero tesoro no eran objetos brillantes, sino aprender a escuchar. Ahora, cada vez que alguien del pueblo necesita ayuda, Ciro corre al río. Si un agricultor busca agua para sus plantas, el río le canta dónde excavar. Si un niño pierde su juguete, el río murmura el camino para encontrarlo.
Los adultos del pueblo, que antes solo oían agua correr, ahora se reúnen a escuchar las canciones del río junto a Ciro. Hasta los animales del bosque se acercan: los pájaros aprendieron a seguir el ritmo del río para saber cuándo migrar, y los peces usan sus melodías para encontrar el mar.
Ciro sigue siendo el mismo niño curioso, pero ahora sabe que la naturaleza habla en susurros, risas y canciones. Y cada noche, antes de dormir, pone su oreja en la ventana para oír al río cantar: glu-glu, burbujas, glu-glu.
Fin. 💦