En el cielo nocturno, donde las estrellas brillaban como pequeñas joyas, vivía una estrellita llamada Juanita. Aunque tenía un brillo especial, Juanita no quería brillar. Siempre se escondía detrás de las nubes y temblaba cuando alguien la miraba.
—¿Por qué no brillas como los demás? —le preguntó un día su amigo Sol, que pasaba por el cielo en su largo viaje.
—Porque soy demasiado pequeña —respondió Juanita con tristeza—. Mi luz no importa. Hay tantas estrellas más grandes y brillantes que yo.
El Sol sonrió y le dijo:
—Cada luz es importante, sin importar su tamaño. Pero si no me crees, tal vez tus amigos puedan ayudarte a verlo.
Esa noche, los planetas y cometas que vivían cerca decidieron hablar con Juanita. Primero se acercó Marte, que era rojizo y valiente.
—Juanita, tu luz puede parecer pequeña, pero para alguien perdido en la oscuridad, incluso la luz más tenue puede ser un faro de esperanza —dijo Marte con voz amable.
Luego llegó Júpiter, el planeta más grande.
—Sí, Juanita, todos tenemos algo especial. Tu luz es única, y nadie más en el universo puede brillar como tú.
Un cometa que pasaba velozmente dejó un rastro plateado mientras gritaba:
—¡Anímate, Juanita! El mundo necesita todas las luces que pueda tener. ¡Incluso las pequeñas!
Aunque Juanita quería creerles, seguía sintiéndose insegura. ¿Cómo podría alguien tan pequeño hacer una diferencia?
Una noche, mientras Juanita observaba desde su escondite entre las nubes, escuchó un ruido abajo en la Tierra. Era un barco perdido en medio del mar oscuro. Los marineros miraban hacia el cielo, buscando algo que pudiera guiarlos a casa.
—Si tan solo hubiera una estrella que nos mostrara el camino… —dijo uno de ellos con voz preocupada.
Los amigos de Juanita en el cielo la miraron con cariño.
—Juanita, esta es tu oportunidad —susurró Venus, que siempre brillaba al atardecer—. Tú puedes ser esa luz.
Con el corazón latiendo fuerte, Juanita decidió intentarlo. Al principio, solo dejó salir un pequeño destello tímido, apenas lo suficiente para asomarse entre las nubes. Pero pronto, al ver cómo los marineros levantaban sus manos emocionados, empezó a brillar más fuerte.
—¡Miren! —gritó uno de los marineros—. ¡Es una estrella! Nos está guiando hacia casa.
Juanita sintió una alegría enorme. Su luz, aunque pequeña, estaba ayudando a alguien. Y cuanto más brillaba, más orgullosa se sentía. Pronto, su resplandor iluminó todo el cielo nocturno.
Desde entonces, Juanita nunca volvió a esconderse. Aprendió que no importa cuán pequeña o grande sea tu luz; lo importante es compartirla con el mundo. Los marineros comenzaron a contar historias sobre la estrellita que siempre aparecía cuando más la necesitaban, y Juanita se convirtió en una heroína para todos en la Tierra y el cielo.
Sus amigos también estaban felices. Cada noche, los planetas y cometas le recordaban cuánto habían cambiado las cosas gracias a su valor.
—Ves, Juanita, te dijimos que eras especial —decía Marte con una sonrisa.
Y así, Juanita siguió brillando, orgullosa de su luz y lista para guiar a cualquiera que se sintiera perdido en la oscuridad. Porque ahora sabía que incluso la estrella más pequeña puede hacer grandes cosas.
Fin. ⭐