La Luna Escondida

La Luna Escondida 🌕

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En un pequeño pueblo vivía un niño llamado Nico. Era un niño curioso que siempre miraba al cielo en las noches. Pero últimamente, algo extraño pasaba: la luna no salía. Las noches estaban muy oscuras, y todos en el pueblo se sentían tristes porque no podían ver su luz brillante.

La luna, que se llamaba Noa, era muy perezosa y ya no quería salir de su escondite detrás de las nubes. Se quedaba dormida y pensaba: «¿Para qué voy a brillar si nadie me mira?». Así que todas las noches, mientras el mundo esperaba su luz, Noa seguía escondida, envuelta en sueños largos y silenciosos.

Nico decidió hacer algo. Sabía que sin la luz de la luna, las noches eran demasiado oscuras para jugar, para caminar o incluso para soñar bien. Así que tomó su linterna, se puso su chaqueta más abrigada y comenzó a subir la montaña más alta del pueblo. Quería encontrar a Noa y descubrir por qué no quería brillar.

El camino no fue fácil. Había piedras resbaladizas, viento frío y ramas que crujían como si hablaran solas. Pero Nico no se dio por vencido. Con cada paso que daba, su linterna iluminaba el sendero y también sus ganas de ayudar.

Cuando llegó a la cima de la montaña, vio algo sorprendente: allí estaba Noa, la luna, escondida detrás de una gran nube gris. Parecía pequeña y triste, como si estuviera hecha de algodón mojado. Nico levantó su linterna y la encendió, apuntando hacia el cielo.

—¡Hola, Noa! —gritó Nico con una voz clara y amable—. ¿Por qué no brillas? Todos te necesitamos.

Noa parpadeó lentamente y respondió con una vocecita suave:

—Es que… ya nadie me mira. La gente está ocupada con otras cosas, y siento que mi luz ya no importa.

Nico se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo:

—¡Claro que importas! Tu luz guía a los barcos en el mar, ayuda a los niños a ver sus libros de cuentos antes de dormir y hace que las fiestas en el pueblo sean más mágicas. Sin ti, todo sería muy oscuro.

Noa lo miró con sus ojos redondos y brillantes, pero aún parecía insegura.

—¿De verdad crees eso? —preguntó.

—¡Por supuesto! —respondió Nico—. Mira, vine hasta aquí solo para encontrarte. Eso demuestra que te necesitamos. Además, cuando brillas, todo se ve más bonito. Incluso las estrellas se alegran de estar contigo.

Noa se sintió mejor al escuchar eso. Pero aún tenía una duda.

—¿Y si vuelvo a sentirme sola?

Nico sonrió y señaló su linterna.

—Si alguna vez te sientes así, yo vendré otra vez a buscarte. Y también puedes mirar abajo, al pueblo. Siempre hay alguien observándote, aunque no lo notes. Tú nos das esperanza y alegría, Noa. Eres muy especial.

Con esas palabras, Noa comenzó a brillar poco a poco. Primero fue un destello tímido, como una luciérnaga perdida. Luego, su luz fue creciendo más y más, hasta que toda la montaña y el pueblo se llenaron de su resplandor plateado.

—¡Lo hiciste! —gritó Nico, emocionado—. ¡Brillas más que nunca!

Desde ese día, Noa decidió no volver a esconderse. Cada noche salía a iluminar el cielo, orgullosa de su luz. Y cuando había fiestas en el pueblo, brillaba más fuerte que nunca, como si bailara entre las estrellas.

Nico regresó al pueblo convertido en un héroe. Todos celebraron su valentía y, desde entonces, cada vez que miraban al cielo nocturno, recordaban lo importante que era la luna.

Así, Noa y Nico se volvieron amigos para siempre. Aunque ella estaba en el cielo y él en la tierra, sabían que siempre estarían conectados por la luz de la luna y las ganas de hacer felices a los demás.

Y así fue como el pequeño Nico le enseñó a la luna que, aunque a veces sintamos que no somos importantes, siempre hay alguien que necesita nuestro brillo para iluminar su camino.

Fin. 🌕

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