En un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, había un río ancho y brillante que cruzaba el valle. Todos los días, los niños del pueblo jugaban cerca del río, pero nunca lo cruzaban porque no había puentes ni botes para hacerlo. Solo se quedaban mirando la otra orilla, imaginando qué habría más allá.
Joel era uno de esos niños. Era curioso y siempre tenía ideas nuevas. Un día, mientras miraba el río, pensó:
—¿Y si construyo un bote para cruzar?
Todos sus amigos se rieron cuando escucharon su idea.
—¡Es imposible! —dijo uno.
—¡No sabes construir un bote! —se burló otro.
Pero Joel no se desanimó. Decidió intentarlo. Fue a buscar ayuda a su abuelo, que era carpintero y sabía mucho sobre madera.
—Abuelo, quiero construir un bote para cruzar el río. ¿Me ayudas? —preguntó Joel con ojos brillantes.
El abuelo sonrió y respondió:
—Claro que sí, pero será un trabajo duro. Tendrás que esforzarte mucho.
Juntos empezaron a trabajar. El abuelo le enseñó a cortar tablones de madera, a clavarlos con cuidado y a asegurarse de que el bote fuera fuerte para no hundirse en el agua. Joel aprendió rápido y trabajó sin cansarse, incluso cuando sus manos se llenaban de pequeñas ampollas por sostener el martillo.
Después de varios días, el bote estuvo listo. Era pequeño pero resistente, con un color marrón claro y remos delgados. Joel lo llevó hasta la orilla del río con orgullo. Sus amigos lo siguieron, emocionados por ver si funcionaría.
—¿Estás seguro de que flotará? —preguntó uno de ellos con duda.
Joel asintió y empujó suavemente el bote al agua. Para sorpresa de todos, flotó perfectamente. Subió al bote, tomó los remos y comenzó a remar despacio. Al principio, sintió un poco de miedo porque las corrientes eran más fuertes de lo que esperaba, pero pronto se dio cuenta de que podía controlarlas si remaba con calma.
Cuando llegó a la otra orilla, sus amigos gritaron de alegría desde la distancia. Joel desembarcó y exploró un poco. Encontró flores enormes, frutas silvestres y un viejo árbol hueco donde vivían unos pájaros cantores. Era un lugar mágico que nadie había visto antes.
Al regresar, todos querían subir al bote para cruzar también. Joel aceptó, pero les pidió que fueran pacientes y que solo dos personas fueran a la vez para no sobrecargarlo. Uno a uno, todos los niños lograron cruzar el río, y cada vez descubrían algo nuevo en la otra orilla.
Gracias al bote, el río ya no era una barrera, sino un puente hacia aventuras. Los niños pasaban horas explorando y jugando al otro lado, y siempre recordaban que todo había sido gracias a Joel y su esfuerzo.
Un día, el alcalde del pueblo visitó el río y vio el bote. Quedó tan impresionado que decidió ayudar a construir un puente para que todos pudieran cruzar fácilmente. Pero nadie olvidó que fue Joel quien hizo posible que descubrieran aquel lugar especial.
Desde entonces, Joel fue conocido como «el niño del bote». Aunque ahora había un puente, él seguía usando su bote para explorar el río y contar historias a sus amigos sobre cómo un pequeño sueño y mucho trabajo pueden llevarnos muy lejos.
Fin. 🚤