El Patito Lindo

El Patito Lindo 🦆

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Había una vez un pequeño patito que vivía en un lago tranquilo rodeado de flores y árboles. Todos los otros patitos eran amarillos y esponjosos, pero este patito era diferente: tenía plumas blancas brillantes con pequeños destellos que parecían estrellas. Aunque era hermoso, el patito no lo sabía. En lugar de sentirse especial, pensaba que algo andaba mal con él porque no se parecía a los demás.

—¿Por qué no soy como ustedes? —preguntaba triste mientras miraba a sus hermanos nadando juntos.

Los otros patitos, sin mala intención, solían reírse de él.
—¡Eres demasiado raro para ser parte de nuestro grupo! —decían, aunque solo estaban bromeando. Pero al patito esto le dolía mucho.

Un día, cansado de sentirse fuera de lugar, decidió explorar más allá del lago donde vivía. Quería encontrar un lugar donde pudiera pertenecer. Así que movió sus pequeñas patas y comenzó su aventura por el bosque cercano.

Durante su camino, encontró a una mariposa que revoloteaba entre las flores.
—Hola, pequeño patito. ¿Qué haces tan lejos del agua? —preguntó la mariposa con curiosidad.

—Estoy buscando un lugar donde pueda encajar. No soy como los otros patitos —respondió él bajando la cabeza.

La mariposa voló alrededor de él y exclamó:
—¡Pero si eres precioso! Tus plumas brillan como el cielo nocturno lleno de estrellas. Eso es muy especial.

El patito sonrió por primera vez en días, pero aún no estaba seguro de sí mismo. Siguió caminando hasta llegar a un claro donde una tortuga vieja y sabia descansaba bajo el sol.

—Buenos días, joven patito —dijo la tortuga con voz tranquila—. Pareces perdido. ¿En qué puedo ayudarte?

El patito explicó cómo se sentía diferente y cómo los demás siempre lo señalaban por ser distinto. La tortuga escuchó atentamente y luego respondió:
—Ser diferente no es algo malo. A veces, nuestras cualidades únicas nos hacen especiales y valiosos. Solo necesitas aprender a verlo tú mismo.

El patito pensó en las palabras de la tortuga durante todo el día. Mientras tanto, continuó su camino y llegó a un arroyo donde unos conejitos jugaban cerca del agua. Uno de ellos gritó asustado cuando vio su reflejo en el agua:
—¡Ayuda! ¡Algo brilla en el agua!

El patito corrió hacia ellos y vio que el «brillo» era simplemente su propio reflejo. Rápidamente calmó a los conejitos.
—No se preocupen, soy yo. Mis plumas brillan así siempre.

Los conejitos, impresionados, dijeron:
—¡Qué bonito eres! Nunca habíamos visto nada igual.

Por primera vez, el patito sintió orgullo de ser quien era. Empezó a entender que ser diferente no significaba ser menos. Regresó al lago donde vivía, llevando consigo esa nueva confianza. Cuando llegó, todos los otros patitos corrieron hacia él.

—¡Patito lindo! Pensábamos que no volverías —dijeron emocionados.

Él sonrió y les contó sobre su viaje y todo lo que había aprendido. Desde entonces, ya no se sintió fuera de lugar. Sabía que cada uno era único y que eso era lo que hacía al mundo más interesante.

Y así, el patito blanco brillante pasó a llamarse “el Patito Lindo”, no solo por su apariencia, sino también por su corazón bondadoso y su valentía al aceptarse tal como era.

Fin. 🦆

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