En un pequeño estanque rodeado de flores y juncos vivía un sapo llamado Oliver. A diferencia de otros sapos que pasaban sus días saltando entre las hojas o croando bajo la luna, Oliver tenía un sueño muy especial: quería ser astronauta y explorar el espacio.
Todos los animales del estanque se reían cuando Oliver hablaba de su sueño.
—¿Un sapo en el espacio? ¡Qué idea más loca! —decían entre risas.
Pero Oliver no se rendía. Cada noche miraba al cielo estrellado y soñaba con conocer planetas, lunas y estrellas. Decidió prepararse para su gran aventura. Construyó una pequeña nave espacial de juguete usando hojas grandes, ramitas y piedras brillantes que encontraba cerca del estanque. También practicaba saltos altísimos para simular cómo sería flotar en el espacio.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano, Oliver encontró algo increíble: una cápsula espacial diminuta que parecía hecha para alguien como él. Era de color plateado y tenía pequeños botones que brillaban al tocarlos. Había sido olvidada por unos científicos que investigaban el bosque.
—¡Esto es perfecto! —dijo Oliver emocionado—. ¡Mi sueño puede hacerse realidad!
Sin pensarlo dos veces, entró en la cápsula y presionó el botón más grande. La nave cobró vida con un zumbido suave y comenzó a elevarse lentamente hacia el cielo. Oliver estaba tan emocionado que apenas podía creerlo.
Cuando llegó al espacio, todo era más asombroso de lo que había imaginado. Veía planetas de colores, estrellas que brillaban como diamantes y asteroides flotando lentamente. Pero pronto se dio cuenta de que no estaba solo. Un grupo de ranas espaciales lo saludaron desde otra nave cercana.
—¡Bienvenido, viajero! —croaron las ranas espaciales—. Nos alegra ver a alguien nuevo explorando el universo.
Oliver sonrió y les contó sobre su sueño de ser astronauta. Las ranas espaciales lo invitaron a unirse a su misión: tenían que rescatar un cometa perdido que estaba a punto de chocar contra un planeta lleno de criaturas amigables.
—¿Nos ayudarás? —preguntaron las ranas.
—¡Claro que sí! —respondió Oliver emocionado.
Con la ayuda de las ranas, Oliver aprendió a pilotar mejor la nave y a usar herramientas especiales para mover objetos en el espacio. Trabajando juntos, lograron empujar el cometa fuera de su camino peligroso y salvaron al planeta. Las criaturas que vivían allí, pequeñas y brillantes como luciérnagas, celebraron su éxito con una fiesta cósmica llena de luces y música.
Después de la misión, las ranas espaciales le regalaron a Oliver una medalla especial por su valentía y curiosidad.
—Eres un verdadero explorador del espacio —dijeron orgullosas.
Oliver regresó al estanque con historias increíbles y su nueva medalla. Todos los animales que antes se habían reído de él ahora lo miraban con admiración.
—No importa lo que los demás piensen de tus sueños —les dijo Oliver—. Si trabajas duro y crees en ti mismo, puedes lograr cualquier cosa.
Desde entonces, Oliver siguió explorando el espacio siempre que podía, pero también compartía sus aventuras con sus amigos del estanque, enseñándoles que el universo está lleno de maravillas para quienes tienen el coraje de buscarlas.
Fin. 🌌🐸