En un pequeño pueblo rodeado de un río cristalino, vivían niños alegres que siempre estaban buscando aventuras. Un día, algo increíble ocurrió: una nave espacial de colores brillantes descendió del cielo y aterrizó justo en medio del parque del pueblo. Era tan llamativa que parecía hecha de arcoíris y estrellas.
De la nave salieron tres extraterrestres pequeños y simpáticos. Uno era azul con orejas puntiagudas, otro era verde con ojos enormes como lunas, y el tercero era morado con antenas largas que se movían como resortes. Aunque parecían raros, tenían caras amigables y sonreían mucho.
—¡Hola! —dijo el extraterrestre azul con una voz suave—. Somos Ziko, Luma y Pipa. Venimos de un planeta lejano llamado Estrellita. Pero tuvimos un problema con nuestra nave y ahora no podemos volver a casa.
Los niños del pueblo, que habían estado observando desde lejos, se acercaron poco a poco. Al principio, algunos estaban nerviosos, pero cuando vieron lo amables que eran los extraterrestres, se animaron a hablar.
—¿Podemos ayudarlos? —preguntó Mateo, un niño curioso de ocho años que siempre llevaba su mochila llena de herramientas.
—¡Claro que sí! —respondió Luma, el extraterrestre verde—. Necesitamos encontrar piezas para reparar nuestro motor. Es como un rompecabezas, pero no sabemos qué materiales usan aquí en la Tierra.
Los niños se emocionaron. ¡Era una misión espacial! Corrieron por todo el pueblo recolectando cosas que podrían servir: tornillos viejos, cables, latas brillantes y hasta un trozo de espejo que encontraron en el taller del papá de Sofía. Todos trabajaron juntos, compartiendo ideas y riendo mientras organizaban las piezas.
Mientras tanto, Ziko explicaba cómo funcionaba su nave.
—Nuestra nave usa energía solar, pero el panel está roto. También necesitamos algo que refleje la luz para activar el motor —dijo señalando el espejo que los niños habían traído.
Sofía, que adoraba dibujar, sacó su cuaderno y comenzó a hacer un mapa de cómo deberían colocar las piezas en la nave. Los extraterrestres estaban impresionados con su creatividad.
—¡Tus dibujos son geniales! —exclamó Pipa, el extraterrestre morado—. Nos ayudarán mucho.
Con el mapa de Sofía y las herramientas de Mateo, los niños y los extraterrestres empezaron a reparar la nave. Usaron el espejo para redirigir la luz del sol hacia el panel solar, ajustaron los cables y probaron el motor varias veces. Cada vez que algo fallaba, los niños no se rendían. En lugar de eso, intentaban nuevas ideas hasta que todo funcionó perfectamente.
Finalmente, llegó el momento de despedirse. La nave estaba lista para partir. Los extraterrestres abrazaron a los niños (o al menos lo intentaron, porque sus brazos eran muy cortos y divertidos) y les dijeron:
—Gracias por ayudarnos. Nunca olvidaremos su bondad y su ingenio. Si algún día visitan nuestro planeta Estrellita, serán recibidos como héroes.
La nave despegó lentamente, dejando un rastro de luces brillantes en el cielo. Los niños miraron hacia arriba, emocionados y felices. Habían hecho nuevos amigos de otro mundo y aprendido que, aunque alguien sea diferente, siempre se puede trabajar juntos para resolver problemas.
Desde entonces, cada vez que veían una estrella fugaz, los niños del pueblo recordaban a Ziko, Luma y Pipa, y soñaban con el día en que tal vez ellos también podrían viajar entre las estrellas.
Fin. 🛸