Había una vez una pequeña abeja llamada Miel. Era trabajadora como todas las demás abejas, pero ese día estaba muy enfadada. Cada vez que intentaba recolectar néctar en las flores cerca del panal, encontraba a otras abejas ocupándolas.
—¡Esto no es justo! —gruñó Miel mientras volaba de flor en flor—. ¿Por qué siempre están ocupadas cuando yo llego?
Miel decidió buscar más lejos. Estaba tan molesta que ni siquiera se dio cuenta de lo mucho que se alejaba del panal. Voló sobre los árboles altos, cruzó un río brillante y llegó a un lugar desconocido lleno de flores gigantes y coloridas.
—¡Al fin! ¡Flores libres! —exclamó feliz mientras se posaba en una flor amarilla enorme. Pero algo no estaba bien. Las flores olían diferente, y el aire era extraño. De pronto, escuchó un zumbido fuerte detrás de ella.
Era una abeja grande que nunca había visto antes.
—¡Hola, forastera! ¿Qué haces aquí? —preguntó la abeja con curiosidad.
—Soy Miel. Buscaba flores para recolectar néctar porque donde vivo están todas ocupadas —respondió ella, mirando alrededor nerviosa.
La abeja grande sonrió y dijo:
—Bienvenida al Valle de las Flores Salvajes. Aquí todo es diferente. Somos pocas abejas, y estas flores son especiales. Si quieres quedarte, puedes aprender cosas nuevas.
Miel estaba asombrada. Nunca había visto flores tan grandes ni colores tan brillantes. Además, las abejas allí usaban hojas gigantes como toboganes y se ayudaban unas a otras sin pelear por el néctar.
Pero después de un rato, Miel comenzó a sentirse triste. Extrañaba su hogar, su familia y hasta su panal. La otra abeja lo notó y le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿No te gusta este lugar?
—Es maravilloso, pero… extraño mi casa —confesó Miel.
La abeja grande asintió y dijo:
—Entonces, debes regresar. No importa cuánto enojo sientas, siempre hay un camino de vuelta. Te enseñaré cómo llegar.
Con ayuda de sus nuevas amigas, Miel aprendió a reconocer señales en el camino: un río brillante, un árbol con forma de corazón y un grupo de flores azules. Pronto, estaba de regreso en su querido panal.
Cuando llegó, todas las abejas la recibieron con alegría.
—¡Miel! ¡Creímos que te habías perdido para siempre! —dijeron sus compañeras.
Miel sonrió y respondió:
—Aprendí algo importante. No importa lo enojada que estés, siempre puedes encontrar una solución y regresar a casa. Además, ahora sé que hay lugares increíbles esperando ser explorados.
Desde entonces, Miel dejó de enojarse tanto y empezó a compartir sus aventuras con las demás abejas. Juntas descubrieron nuevos caminos y flores sin pelear, convirtiendo su trabajo en una gran aventura diaria.
Fin. 🌼