En una sabana llena de animales felices y coloridos, vivía una jirafa llamada Lola. Aunque era alta y elegante como todas las jirafas, Lola tenía un secreto: le daba mucho miedo estar a grandes alturas. Sí, justo ella, que con su largo cuello podía ver más allá de los árboles, no se atrevía ni a mirar hacia abajo.
—¿Cómo es posible que una jirafa tenga miedo de las alturas? —se preguntaba Lola mientras caminaba lentamente por la pradera.
Los otros animales siempre admiraban su altura. Las cebras le pedían ayuda para alcanzar las hojas más altas de los árboles, y los monos jugaban en su cuello como si fuera un columpio. Pero cada vez que alguien mencionaba lo maravilloso que debía ser tener una vista tan privilegiada, Lola bajaba la cabeza y fingía buscar algo en el suelo.
Un día, mientras paseaba cerca del río, escuchó una voz pequeña pero decidida.
—¡Hola, jirafa! ¿Puedes ayudarme?
Lola giró la cabeza y vio a un pequeño ratón llamado Elias. Estaba parado junto a un árbol muy alto, tratando de alcanzar una fruta que colgaba de una rama casi en la punta.
—Necesito esa fruta para mi hermana, que está enferma —explicó Elias—. Pero no puedo llegar hasta allí.
Lola tragó saliva. La fruta estaba tan alta que tendría que estirar todo su cuello para alcanzarla. Y eso significaba… ¡mirar hacia abajo!
—Yo… yo no sé si puedo hacerlo —murmuró Lola.
Elias la miró sorprendido.
—¿Por qué no? ¡Tú eres la más alta de todos aquí!
Lola suspiró y admitió:
—Tengo miedo de las alturas. No me gusta mirar hacia abajo cuando estoy tan arriba.
El ratoncito sonrió con dulzura.
—No tienes que mirar hacia abajo, Lola. Solo concéntrate en lo que hay arriba. Piensa en lo especial que es poder ayudar a los demás desde donde nadie más puede llegar.
Las palabras de Elias hicieron pensar a Lola. Tal vez tenía razón. Inspiró profundamente, levantó su largo cuello poco a poco y comenzó a estirarlo hacia la fruta. Al principio, sintió un cosquilleo nervioso en el estómago, pero siguió adelante. Cuando finalmente alcanzó la fruta con sus labios, soltó un suspiro de alivio.
—¡Lo logré! —exclamó emocionada.
Elias aplaudió con entusiasmo.
—¡Eres increíble, Lola! Gracias por intentarlo.
Desde ese día, Lola empezó a sentirse diferente. Ya no evitaba usar su altura para ayudar a los demás. Claro, todavía sentía un poquito de miedo a veces, pero recordaba lo que Elias le había dicho: «Concéntrate en lo que puedes hacer, no en lo que te asusta.»
Pronto se convirtió en la heroína de la sabana. Ayudaba a los elefantes a encontrar frutas escondidas en las ramas más altas, guiaba a las cebras perdidas mostrándoles el camino desde su punto de vista privilegiado y, aunque seguía siendo tímida con su altura, aprendió a aceptarla como algo único y especial.
Una noche, mientras contemplaba las estrellas, Lola pensó en cuánto había cambiado. Antes temía incluso mirar hacia arriba, pero ahora disfrutaba de la vista más hermosa de toda la sabana.
Y así, Lola descubrió que a veces nuestro mayor miedo puede convertirse en nuestra mayor fortaleza, solo hace falta dar el primer paso.
Fin. 🦒