The Elf of Lost Toys

El Duende de los Juguetes Perdidos 🧸

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En un bosque mágico lleno de árboles altos y flores brillantes, vivía un pequeño duende llamado Simón. Simón era especial porque tenía un don: podía encontrar juguetes perdidos. Aunque era travieso como todos los duendes, tenía un gran corazón y siempre quería ayudar a los demás.

Cada noche, mientras todos dormían, Simón salía de su casita hecha de hojas y ramas y caminaba por el bosque con su linterna mágica. Su linterna no solo iluminaba el camino, sino que también brillaba más fuerte cuando estaba cerca de un juguete perdido. Así fue como encontró una muñeca olvidada bajo un arbusto, un carrito roto en un charco y hasta un tren de juguete escondido entre las raíces de un árbol.

Pero Simón no guardaba esos juguetes para él. En lugar de eso, los arreglaba con cuidado usando pegamento mágico, pintura brillante y un poco de amor. Cuando los juguetes estaban como nuevos, Simón los llevaba a un lugar muy especial: un pequeño pueblo cerca del bosque donde vivían niños que no tenían juguetes.

Una noche, mientras dejaba un oso de peluche reparado en la ventana de un niño, escuchó una vocecita detrás de él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó un niño pequeño que no podía dormir.

Simón se asustó al principio, pero al ver la sonrisa curiosa del niño, decidió contarle su secreto.

—Soy Simón, el duende de los juguetes perdidos. Busco juguetes que ya nadie quiere y los arreglo para dárselos a niños que los necesitan —dijo con timidez.

El niño lo miró con ojos grandes y brillantes.

—¡Eso es increíble! Yo nunca he tenido un juguete —confesó el niño.

Simón sintió un nudo en la garganta. Sin pensarlo dos veces, tomó el oso de peluche que había llevado esa noche y se lo entregó al niño.

—Este es para ti —dijo Simón con una sonrisa.

El niño abrazó al oso con fuerza y sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad.

—¡Gracias, Simón! ¡Es el mejor regalo que he recibido!

Desde ese día, el niño y Simón se hicieron amigos. El niño le ayudaba a buscar juguetes perdidos durante el día, y juntos los reparaban y los dejaban frente a las puertas de otros niños que necesitaban un poco de alegría.

Con el tiempo, el bosque y el pueblo comenzaron a llenarse de risas. Los niños que antes no tenían juguetes ahora corrían felices con osos de peluche, carritos y muñecas que brillaban como si tuvieran un toque de magia.

Simón nunca buscó reconocimiento ni recompensa. Para él, la mayor felicidad era ver las sonrisas en los rostros de los niños. Sabía que, aunque fuera solo un pequeño duende, podía hacer algo grande para quienes más lo necesitaban.

Y así, cada noche, Simón seguía recorriendo el bosque con su linterna mágica, recolectando juguetes perdidos y convirtiéndose en el héroe anónimo de los niños sin juguetes.

Fin. 🧸

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