En una ciudad llena de edificios altos y calles llenas de gente apresurada, vivía una niña llamada Olivia. Tenía nueve años y siempre estaba buscando cosas interesantes que explorar. Un fin de semana, sus padres la llevaron a visitar a su abuela, que vivía en un pequeño apartamento lleno de recuerdos y objetos antiguos.
Mientras su abuela preparaba el almuerzo, Olivia decidió explorar un poco. En una esquina del salón, detrás de unas cortinas polvorientas, encontró una caja musical que nunca había visto antes. Era pequeña, con detalles dorados y estrellas pintadas en su superficie. Parecía muy antigua, como si tuviera muchos años de historia.
Olivia giró la manivela de la caja con cuidado y la abrió. Inmediatamente, una melodía suave y mágica comenzó a sonar. Era tan hermosa que parecía transportarla a otro lugar. Pero algo extraño ocurrió: al escuchar la música, Olivia sintió que todo a su alrededor empezaba a cambiar.
De repente, ya no estaba en el apartamento de su abuela. Se encontraba en una calle que no reconocía, pero esta vez, todo era diferente. Los edificios eran más pequeños, las calles estaban llenas de luces de colores y había personas vestidas con ropa de otra época. Era como si hubiera retrocedido en el tiempo.
—¿Dónde estoy? —se preguntó Olivia, mirando a su alrededor asombrada.
Una niña de su edad, con trenzas largas y un vestido floreado, se acercó a ella.
—¡Hola! ¿Eres nueva aquí? No te había visto antes —dijo la niña con una sonrisa amigable.
—No sé dónde estoy —respondió Olivia, confundida.
La niña rio y dijo:
—Estás en nuestra ciudad, ¡pero parece que vienes de otro tiempo! Me llamo Amelia. ¿Quieres que te enseñe algo especial?
Olivia asintió, y Amelia la llevó a un parque cercano donde había un enorme árbol con hojas brillantes. Bajo el árbol, un grupo de niños jugaba con juguetes hechos a mano y compartían historias divertidas. Todo parecía más tranquilo y feliz que en la ciudad que Olivia conocía.
—Este es nuestro lugar favorito —explicó Amelia—. Aquí todos ayudamos a hacer cosas nuevas. Mira esto.
Amelia sacó un pequeño muñeco de tela que había hecho ella misma. Olivia quedó impresionada. Nunca había visto algo tan original. Le contó a Amelia cómo era su vida en la ciudad moderna, llena de ruido y prisas, y cómo a veces se sentía sola entre tantas personas.
—Aquí no hay tanto ruido porque todos nos tomamos tiempo para crear cosas juntos —dijo Amelia con orgullo—. Tal vez deberías intentarlo cuando vuelvas a tu casa.
Justo entonces, la melodía de la caja musical comenzó a sonar de nuevo, aunque Olivia no recordaba haberla traído consigo. La música era más fuerte ahora, y todo a su alrededor empezó a brillar intensamente. Cuando abrió los ojos, estaba de nuevo en el salón de su abuela, sosteniendo la caja musical en sus manos.
Su abuela entró en ese momento.
—¡Ah, veo que encontraste mi vieja caja musical! —dijo con una sonrisa nostálgica—. Me la regaló mi madre hace muchos años. Siempre decía que tenía magia para quienes supieran escucharla.
Olivia miró la caja, aún maravillada por lo que había vivido. Aunque no podía explicarlo, sabía que algo había cambiado dentro de ella. Decidió que, cuando volviera a casa, intentaría crear algo propio, tal como Amelia y los otros niños del pasado habían hecho.
Desde ese día, Olivia comenzó a llenar su habitación de dibujos, pequeños inventos y manualidades. También aprendió a disfrutar más de las cosas simples y a compartir su tiempo con los demás. La caja musical seguía sobre su mesa, recordándole que el verdadero encanto de la vida está en lo que creamos y compartimos con los demás.
Fin. 🎵