En las afueras del pequeño pueblo de Valle Feliz, había un árbol enorme y majestuoso que todos llamaban el «Árbol de las Historias». Sus ramas eran largas y gruesas, sus hojas brillaban como estrellas bajo la luz de la luna, y si te sentabas muy quieto a su lado, podías escuchar un murmullo suave, como si el árbol estuviera contando historias secretas.
Dora era una niña curiosa de ocho años que adoraba explorar. Le encantaba ir al bosque, buscar flores raras y escuchar los sonidos de los animales. Pero lo que más le gustaba era visitar el Árbol de las Historias. Cada tarde, se sentaba bajo sus ramas con su cuaderno y su lápiz para dibujar mientras escuchaba atentamente los murmullos. A veces, juraba que podía oír risas, aventuras y hasta canciones antiguas saliendo de las hojas.
Una noche especial, Dora decidió quedarse un poco más debajo del árbol. Su mamá le había dicho que no se demorara mucho, pero Dora quería escuchar una historia completa antes de regresar. Se acurrucó entre las raíces del árbol, cerró los ojos y dejó que el murmullo la envolviera. Sin darse cuenta, se quedó dormida.
Cuando abrió los ojos, algo había cambiado. Ya no estaba en el bosque. Estaba en un lugar extraño y mágico. Había un castillo hecho de nubes, un río que cantaba y animales parlantes por todas partes. Un zorro con manchas doradas se acercó a ella y dijo:
—¡Bienvenida! Eres la primera persona que ha venido desde el mundo real. El Árbol de las Historias te trajo aquí porque quiere enseñarte algo importante.
Dora miró a su alrededor, asombrada. Todo parecía sacado de uno de sus cuentos favoritos.
—¿Qué tengo que aprender? —preguntó emocionada.
El zorro sonrió y respondió:
—Eso lo descubrirás tú misma. Sígueme.
Juntos comenzaron a caminar por un sendero lleno de flores luminosas. Pronto llegaron a un puente colgante sobre el río cantante. Al otro lado, vieron a un conejo blanco que intentaba cruzar, pero tenía miedo.
—Tengo que llevar este mensaje al castillo, pero no puedo pasar —dijo el conejo con voz temblorosa.
Dora recordó lo que su papá siempre le decía: «La valentía no es no tener miedo, sino hacer lo correcto aunque tengas miedo». Así que tomó la mano del conejo (o mejor dicho, su pata) y lo ayudó a cruzar el puente. Cuando llegaron al otro lado, el conejo sonrió y dijo:
—Gracias, Dora. Has sido muy valiente.
Después de eso, siguieron caminando hasta llegar a un claro donde un grupo de ardillas discutía. Parecían muy molestas unas con otras.
—Nosotras encontramos estas bellotas primero —gritaba una ardilla.
—¡Pero necesitamos más para nuestra familia! —respondía otra.
Dora pensó en cómo solucionar el problema. Recordó que en su casa siempre compartían lo que tenían cuando alguien lo necesitaba. Así que sugirió:
—¿Por qué no dividen las bellotas en partes iguales? Así todos tendrán suficiente.
Las ardillas la miraron sorprendidas, pero luego hicieron lo que Dora propuso. Enseguida, comenzaron a reír y a jugar juntas como si nunca hubieran peleado.
Finalmente, Dora y el zorro llegaron al castillo de nubes. Allí, una anciana con cabello plateado y ojos brillantes los esperaba.
—Has aprendido bien, Dora —dijo la anciana—. La bondad, la valentía y la amistad son tesoros que todos llevamos dentro. Ahora es hora de que regreses a tu mundo.
Antes de que Dora pudiera preguntar algo más, todo se volvió borroso. Cuando abrió los ojos nuevamente, estaba de vuelta bajo el Árbol de las Historias. Era de mañana, y los rayos del sol atravesaban las hojas, iluminando su cuaderno.
Al abrirlo, Dora encontró dibujos nuevos que no recordaba haber hecho: el conejo cruzando el puente, las ardillas compartiendo bellotas y el castillo de nubes. También había una frase escrita en letras grandes: «Todos tienen una historia que contar.»
Desde ese día, Dora supo que cada persona, animal y hasta los árboles guardaban historias importantes. Comenzó a escuchar más a los demás y a compartir sus propias experiencias. Y cada vez que alguien necesitaba ayuda o consejo, ella recordaba las lecciones que había aprendido en el mundo mágico del Árbol de las Historias.
Y así, Dora creció sabiendo que, aunque las historias fueran diferentes, todas tenían algo en común: nos enseñan quiénes somos y cómo podemos ser mejores.
Fin. 🌳