En un castillo encantado, rodeado de árboles altos y flores brillantes, vivía un pequeño dragón llamado Eric. Aunque era muy simpático y todos en el bosque lo querían mucho, Eric tenía un problema: ¡no sabía echar fuego como los otros dragones! Los dragones grandes decían que echar fuego era lo más importante del mundo, pero por más que Eric soplaba y soplaba, solo salía aire fresco de su boca.
—¿Por qué no puedo hacerlo como los demás? —se preguntaba Eric, triste, mientras veía a otros dragones lanzar llamas enormes al cielo.
Un día, cansado de sentirse diferente, Eric decidió salir a explorar el bosque para distraerse. Caminó entre los árboles, escuchando el canto de los pájaros y el crujido de las hojas bajo sus patas. De pronto, algo curioso pasó. Mientras corría detrás de una mariposa, Eric abrió la boca para soplar con fuerza, pero en lugar de aire o fuego… ¡salió una burbuja enorme y brillante!
La burbuja flotó por el aire, reflejando todos los colores del arcoíris. Eric se quedó mirándola con los ojos bien abiertos, sorprendido. Pronto, más burbujas comenzaron a salir de su boca, una tras otra, y cada una era más bonita que la anterior. Algunas eran pequeñas, otras gigantes, y todas parecían tener magia dentro.
Justo entonces, un conejo que estaba cerca comenzó a reír a carcajadas.
—¡Qué divertido es esto! —dijo el conejo, saltando de felicidad mientras atrapaba las burbujas.
Pronto, más animales del bosque se acercaron a ver qué pasaba. Un zorro, un ciervo y hasta una familia de ardillas se unieron para jugar con las burbujas mágicas de Eric. Las burbujas hacían cosquillas cuando tocaban la nariz de los animales, y todos reían sin parar. Era como si las burbujas supieran exactamente cómo hacer feliz a todo el mundo.
Eric no podía creerlo. ¡Nunca había hecho reír tanto a alguien antes! Se sintió muy contento al ver que sus burbujas traían alegría a los demás.
—Tus burbujas son increíbles —dijo el zorro, dándole un golpecito amistoso con su cola—. ¿Nos enseñarás a hacerlas?
—No creo que puedan —respondió Eric, riendo—. Solo yo puedo hacerlas, creo que es mi talento especial.
Desde ese día, los animales del bosque empezaron a invitar a Eric a todos sus juegos. Hacían carreras, buscaban tesoros escondidos y organizaban fiestas donde Eric siempre era el invitado especial. Sus burbujas convertían cualquier momento aburrido en una gran aventura llena de risas.
Un día, los animales decidieron organizar una gran celebración en honor a Eric. Decoraron el claro del bosque con flores y colgaron banderines de colores. Cuando llegó el momento del brindis, el conejo se puso de pie y dijo:
—Queremos agradecer a Eric por enseñarnos que ser diferente no está mal. Él nos ha mostrado que cada uno tiene algo especial que ofrecer. Y gracias a él, ahora tenemos las mejores fiestas del bosque.
Eric se puso rojo de la emoción y agitó su cola con alegría. Por primera vez, se dio cuenta de que no necesitaba ser como los otros dragones. Su talento para crear burbujas mágicas era único, y eso lo hacía especial.
De regreso al castillo, Eric vio a los dragones mayores practicando sus llamas. En lugar de sentirse triste, les contó emocionado sobre su aventura en el bosque y les mostró sus burbujas mágicas. Para su sorpresa, los dragones también se rieron y aplaudieron.
—¡Qué suerte tienes, Eric! —dijo uno de ellos—. No cualquiera puede hacer algo tan divertido como eso.
Desde entonces, Eric dejó de preocuparse por no poder echar fuego. Sabía que todos tienen algo especial que los hace únicos, y él había encontrado su propio talento. Ahora, cada vez que alguien en el bosque necesita alegrarse, sabe que puede contar con Eric y sus burbujas mágicas. Y así, Eric aprendió que ser diferente no es algo malo, sino algo maravilloso que merece ser celebrado.
Fin. 🐉