En un bosque lleno de árboles altos, flores coloridas y un río que cantaba mientras corría, vivían muchos animales felices. Cada estación del año traía algo especial, pero cuando llegaba el verano, todos sabían que era tiempo de prepararse para disfrutar al máximo los días largos y soleados. Este año, sin embargo, decidieron hacer algo diferente: ¡organizarían una gran fiesta para celebrar el «Horario de Verano»!
Todo comenzó una mañana cuando el búho sabio, que siempre estaba despierto de día durante el verano (porque no quería perderse nada), reunió a los animales en el claro del bosque.
—Amigos —dijo el búho con su voz tranquila—, el verano está aquí, y los días serán más largos. Es hora de prepararnos para aprovechar cada rayo de sol. ¿Qué les parece si hacemos una gran fiesta al atardecer para celebrarlo?
Todos aplaudieron emocionados. Pero antes de la fiesta, había mucho trabajo por hacer.
La ardilla saltarina fue la primera en ofrecerse.
—¡Yo recolectaré las bayas más dulces para el festín! —dijo, y rápidamente subió a los árboles para llenar su canasto con frutos rojos y jugosos.
El castor, que amaba construir cosas, decidió crear una pista de baile junto al río. Con sus fuertes dientes y patas hábiles, cortó troncos y los colocó formando un círculo perfecto. Luego decoró todo con flores que encontró cerca del agua.
—¡Esta será la mejor pista de baile del bosque! —anunció orgulloso.
Las luciérnagas también querían ayudar.
—Nosotras iluminaremos la fiesta cuando el sol se esconda —dijeron mientras practicaban sus parpadeos sincronizados.
El conejo, que era muy rápido, se encargó de repartir invitaciones por todo el bosque. Saltaba de madriguera en madriguera, avisando a todos:
—¡No olviden venir a la fiesta del Horario de Verano! Traigan buena energía y ganas de divertirse.
Mientras tanto, los pájaros se reunieron para ensayar canciones. Cantaron melodías alegres que hacían bailar a las hojas de los árboles.
—Nuestra música hará que todos quieran mover las patas —gorjeó el jilguero, líder del coro.
Cuando llegó el gran día, todos estaban listos. Las ardillas habían colocado montones de bayas en mesas hechas de piedras planas, el castor terminó de pulir la pista de baile, y las luciérnagas esperaban escondidas entre los arbustos para sorprender a todos al anochecer.
Al atardecer, los animales comenzaron a llegar. Había ciervos, zorros, mapaches e incluso algunos caracoles que avanzaban despacio pero con entusiasmo. El búho dio la bienvenida desde una rama alta:
—¡Bienvenidos al festejo del Horario de Verano! Disfruten del sol, la comida y la música.
La fiesta empezó con risas y juegos. Los pequeños conejos hicieron carreras alrededor del claro, mientras los osos jugaban a lanzar piñas al río. Cuando oscureció, las luciérnagas salieron brillando como estrellas titilantes, iluminando toda la escena.
Los pájaros cantaron sus mejores canciones, y pronto todos bailaban en la pista que el castor había construido. Incluso el lento caracol intentó seguir el ritmo, aunque solo giraba sobre sí mismo.
Cuando la noche avanzó, el búho levantó una garra para pedir silencio.
—Quiero agradecerles a todos por trabajar juntos para hacer de este día algo inolvidable. Así es como debe ser el verano: lleno de luz, diversión y amigos.
Todos aplaudieron y vitorearon. Después de eso, se sentaron en círculo a comer bayas bajo el cielo estrellado.
Desde entonces, cada vez que llegaba el verano, los animales del bosque repetían la tradición. Aprendieron que prepararse para el Horario de Verano no solo significaba disfrutar del sol, sino también compartir momentos especiales con quienes más querían.
Y así, año tras año, las fiestas del bosque se volvieron leyenda, recordando a todos que lo más importante no era el calor ni la luz, sino la alegría de estar juntos.
Fin. 🦉⌚