En un rincón de una gran jungla, donde los árboles eran altos y el río cantaba mientras corría, vivía una capibara llamada Lupe. Lupe era gordita, peluda y muy amigable. Le encantaba pasar sus días chapoteando en el agua, comiendo hierbas frescas y tomando siestas bajo el sol. Pero había algo que siempre la hacía reír: ¡los pajaritos!
Todos los días, cuando Lupe se acostaba a descansar cerca del río, llegaban bandadas de pajaritos de todos los colores. Aleteaban suavemente y se posaban sobre su lomo. ¿Por qué lo hacían? Porque en el pelaje de Lupe vivían pequeños bichitos que los pajaritos adoraban comer. Para ellos, era como ir a un restaurante gratis.
Pero había un pequeño problema… o más bien, un gran problema para Lupe. Cada vez que los pajaritos empezaban a picotear su pelaje para buscar esos bichitos, ¡Lupe sentía cosquillas! Y no unas cosquillas cualquiera, sino unas cosquillas tan fuertes que no podía evitar retorcerse y reír a carcajadas.
—¡Ay, ay, ay! —decía Lupe entre risas, moviéndose de un lado a otro—. ¡Paren, paren, me hacen mucha cosquillas!
Los pajaritos se detenían por un momento y miraban a Lupe con sus ojitos brillantes.
—¡Lo sentimos, Lupe!— Pero es que los bichitos en tu pelaje son deliciosos. Además, te estamos ayudando a limpiarte.
—Sí, sí, entiendo —respondía Lupe, tratando de calmarse—. Pero no puedo evitarlo. Me hacen cosquillas y me da mucha risa.
Un día, un pajarito azul llamado Azulín tuvo una idea.
—¿Y si intentamos hacerlo más despacito? Así no te hará tanta cosquilla —sugirió.
Lupe asintió, aunque no estaba muy segura de que funcionara. Los pajaritos volvieron a posarse sobre su lomo, esta vez con mucho cuidado. Picoteaban suavemente, casi como si estuvieran acariciando su pelaje. Al principio, parecía que todo iba bien. Pero de pronto…
—¡Jajajaja! —Lupe comenzó a reír de nuevo—. ¡No, no, sigue haciéndome cosquillas!
Los pajaritos se miraron unos a otros, pensativos. Entonces, una pajarita amarilla llamada Rayita tuvo otra idea.
—¿Y si cantamos mientras comemos los bichitos? Tal vez así te distraigas y no sientas tanto las cosquillas.
A Lupe le gustó la idea. Así que, mientras los pajaritos seguían buscando bichitos en su pelaje, comenzaron a cantar una canción alegre:
«Somos los pajaritos, venimos a jugar,
Y limpiamos tu pelaje, cantando sin parar.
Nos gustan los bichitos, qué rico manjar,
Y tú, querida Lupe, también puedes bailar.»
Lupe escuchó la canción y se rio, pero esta vez no solo por las cosquillas, sino también porque la canción era muy divertida. Empezó a moverse al ritmo de la música, como si estuviera bailando. Los pajaritos, viendo lo feliz que estaba, también comenzaron a mover sus alas al compás.
—¡Qué buena idea fue cantar! —dijo Lupe entre risas—. Ahora las cosquillas no me molestan tanto.
Desde ese día, cada vez que los pajaritos venían a visitar a Lupe, cantaban juntos y convertían la limpieza de bichitos en una gran fiesta. Lupe aprendió a disfrutar de las cosquillas, y los pajaritos siempre tenían comida deliciosa y una amiga con quien cantar.
Con el tiempo, otros animales del bosque se unieron a la diversión. Las mariposas revoloteaban alrededor, los peces saltaban en el río al ritmo de la música y hasta el viento parecía silbar la melodía.
Así, Lupe y sus amigos descubrieron algo importante: a veces, las cosas que nos hacen reír o nos parecen incómodas pueden convertirse en momentos felices si las compartimos con quienes nos quieren.
Y desde entonces, todos los días en el bosque eran un poco más alegres gracias a Lupe, los pajaritos y sus canciones de cosquillas.
Fin. 🤣🐦