En un estuche lleno de alegría, vivían un grupo de lápices de colores. Cada uno tenía su personalidad y su color favorito: Rojo era valiente y siempre quería dibujar corazones, Azul adoraba pintar ríos y cielos, Verde amaba los árboles y las hojas, y Amarillo no paraba de dibujar soles brillantes. Juntos formaban un equipo increíble y acompañaban a su dueña, Ema, a todas partes, especialmente al colegio.
Todos los días, los lápices vivían emocionantes aventuras en las hojas blancas que Ema les daba para dibujar. A veces creaban bosques mágicos, otras veces construían castillos enormes o inventaban animales extraños. Pero había algo que todos temían: ¡la goma de borrar!
La goma vivía en el mismo estuche, pero era muy diferente a ellos. Era grande, blanca y parecía tener poderes misteriosos. Los lápices habían escuchado historias terribles sobre cómo la goma podía hacer desaparecer sus trazos con solo rozarlos.
—¿Qué pasa si un día nos borra por completo? —preguntó Amarillo temblando mientras pintaba un sol.
—Dicen que no queda nada después de que ella pasa —respondió Azul, mirando nervioso hacia donde estaba la goma.
Verde intentó calmarlos:
—No creo que sea tan mala. Tal vez solo quiere ayudar.
Pero nadie le creyó. Decidieron mantenerse lo más lejos posible de la goma y evitar cualquier contacto con ella.
Un día, Ema llevó a sus lápices a una tarea especial en el colegio: ¡tenían que dibujar el mapa de un tesoro! Todos estaban emocionados. Rojo dibujó una gran X para marcar el lugar del tesoro, Azul trazó un río alrededor, Verde añadió palmeras y montañas, y Amarillo iluminó el sol encima del mapa. Fue su obra maestra.
Pero entonces ocurrió algo inesperado. Ema miró el mapa y frunció el ceño. Había un error: el río de Azul se cruzaba con las montañas de Verde, y eso no tenía sentido. Sin pensarlo dos veces, Ema tomó la goma de borrar.
Los lápices observaron horrorizados cómo la goma se acercaba al mapa. Azul gritó:
—¡No, por favor, no me borres!
Pero la goma ya estaba trabajando. Con movimientos suaves, borró parte del río que Azul había dibujado. Los lápices cerraron los ojos, esperando lo peor. Cuando los abrieron, vieron algo sorprendente: el mapa ahora estaba perfecto. El río fluía de manera natural, y todo tenía más sentido.
Azul parpadeó, confundido:
—¿Por qué no me borraste por completo?
La goma sonrió (al menos eso imaginaron los lápices) y respondió:
—Mi trabajo no es borrar para siempre, sino arreglar errores para que puedan mejorar. No soy su enemiga; soy su amiga.
Los lápices se quedaron callados por un momento. Luego, Rojo preguntó tímidamente:
—¿Entonces… no quieres hacernos daño?
—Claro que no —dijo la goma—. Solo quiero ayudarlos a crear cosas aún más bonitas. Todos cometemos errores, incluso Ema, y yo estoy aquí para que puedan intentarlo de nuevo.
Los lápices se miraron entre sí y sonrieron. Desde ese día, dejaron de tenerle miedo a la goma. Comprendieron que cometer errores no era malo, porque siempre podían corregirlos y hacerlo mejor la próxima vez.
Juntos, los lápices y la goma se convirtieron en un equipo inseparable. Creaban mapas, dibujos y proyectos asombrosos, aprendiendo que trabajar juntos hacía que todo fuera más divertido y hermoso.
Y así, dentro del estuche, nunca más hubo miedos ni malentendidos. Solo risas, creatividad y muchas aventuras en cada hoja en blanco.
Fin. ✏️